A traveler from Japan

Are you travelers? No hay mejor forma de empezar una conversación que con esta pregunta. Sucedió en Matsumoto, en la terraza de un bar de estilo irlandés. Un señor pasaba por allí y ante nuestros ojos delatores e inclinación de cabeza se detuvo y nos preguntó si éramos viajeros. Cualquier otro hubiera empezado con un where do you from? Es como el yo a ti te conozco que algunos usaban antes para ligar. Cansa.

Pero Matsumoto es distinta. Y aunque es una ciudad de grandes números, su aspecto es la de una cuidad pequeña. Casi todos los edificios son de tres o cuatro alturas como máximo, calles tranquilas por las que pasear, pequeños templos en cada esquina y gente amable, más incluso que en el resto del país, que ya es decir.

Una calle cualquiera

Su mayor atractivo, por lo que todo el mundo va hasta allí, es el castillo. Tiene un sencillo nombre: Matsumoto-jo, es decir, el castillo de Matsumoto, pero su historia es bien complicada. Lo tiene que ser a la fuerza puesto que lleva ahí desde 1595. Es el castillo de madera más antiguo de Japón. Tiene seis pisos de altura, es, por tanto, de los edificios más altos de la ciudad, y un interior casi vacío de objetos, pero lleno de turistas. No importa. Todo es ordenado, organizado y limpio, y caminar descalzo por la madera centenaria es uno de los placeres que nadie se debería perder. Mi viejo amigo, el de la pregunta que abre este post, es guía voluntario. Si vais por allí, podréis encontrar a estas personas en la puerta de acceso, deseosa de enseñar su cultura y practicar inglés. Tal vez algún día, él se acerque hasta aquí. Le interesan los castillos. Y también las patatas fritas. Lo sé porque tras nuestra despedida volvió con un paquete de sus patatas favoritas. Quiso hacernos un regalo, aunque el regalo fue él mismo.

Iconos japoneses

En Japón, la naturaleza se suele cebar con los japoneses, pero también les ofrece regalos únicos, como el de esta lengua de tierra en Amanohashidate. Una estrecha franja de arena de 3,5 km de largo donde coexisten más de 8.000 pinos y unos pocos vecinos.

Rareza naturalPara llegar hasta allí, no es necesario hacer transbordos. Sale un tren directo desde Kioto, aunque debe de ser un servicio relativamente nuevo, puesto que ni siquiera todos los trabajadores del Japan Rail en Kioto lo conocen. Yo me enteré al llegar a la estación de Amanohashidate. Como me dijeron, hice mi transbordo correspondiente y alcancé la costa en un tren local de línea privada. Y cuando llegué a la estación, vi un tren del JR con el destino escrito en su locomotora. ¡Y ponía Kyoto! No me lo podía creer. De todas formas, no está mal que aún la gente no lo sepa, porque eso hace que el lugar se mantenga relativamente ajeno al turismo de masas, sobre todo, de masas occidentales. Bajo el sol

Así que, se puede llegar a este rincón desde Kioto e ir y volver el mismo día, pero no es algo demasiado recomendable. Lo mejor es que cuando se esté en Kioto dediquéis todo el tiempo a ver Kioto, porque la antigua capital de Japón merece toda vuestra atención.

De hecho, si disponéis de poco tiempo para estar en el país, es preferible que lo dediquéis en exclusiva a Kioto. Nada más llegar a la ciudad, te das cuenta de que te va a gustar. La propia estación de tren es una maravilla descomunal.

¡Arriba!

Kioto lo tiene todo: todo el ajetreo de una gran ciudad, con restaurantes especializados en ramen o, mejor aún, en fireramen, bares con cerveza de calidad, comercios, multitudes y neones; y toda la tranquilidad de un pueblo, con calles vacías o casi vacías, pequeñas casas de madera y barrios bien iluminados por el sol de tarde.

Presencia

Además, en Kioto están esos templos tan conocidos por todo el mundo, esos que siempre salen en las revistas de viajes, en los documentales y en las guías del país, y que estás obligado a visitar.

Uno de estos templos imprescindibles es el Fushimi-Inari Taisha, con 4 km de sendero cubiertos con tantos arcos rojos que la luz apenas ilumina el camino. Estos arcos o puertas, conocidas como torii, se colocan en los accesos a los templos. Limitan la parte profana de la sagrada. En este caso, adquiere otro significado, más vinculado a la superstición y a la empresa, pues cada uno de estos arcos está patrocinado por una compañía deseosa de que su negocio funcione bien.

Como veis, nadie quiere quedarse fuera del éxito.

Camino marcado en rojo

El otro templo imprescindible es el bosque de bambúes de Arashiyama, que aun no siendo un templo en sí mismo, posee un ambiente muy místico. Aunque bien es cierto que cada vez que un taxi pasa por el medio, atropella cualquier sentimiento elevado.

Embelesada

Otro de los santuarios más importantes del país está en Miyajima, una pequeña isla situada al sur de Hiroshima. Allí se encuentra un templo budista de lo más curioso. Su nombre es Daisho-in y está construido sobre pivotes a la orilla del mar. Tan a la orilla que con la marea alta, el agua se mete por debajo y el santuario parece flotar en ella. Lo mismo ocurre con su torii, ubicado algo más adentro. Es, sin duda, el torii más fotografiado de Japón. Y no es de extrañar, si hubiera tenido tiempo, me hubiera quedado todo el día allí para fotografiarlo a cada hora, con cada marea: baja, media y alta.

Y si os estáis preguntando por qué han construido esto en el mar, es por el carácter sagrado de la isla. Las personas somos demasiado pecadoras para pisar esta tierra, aunque eso era antes. Ahora debemos de ser unos beatos, porque la isla es pisoteada por los turistas sin ningún miramiento. Hay turistas por todas partes; turistas en el ferry de ida, turistas en el puerto, turistas por los caminos, turistas en las santas tiendas de turistas y turistas en el ferry de vuelta.

Llamando a las puertas del ego¿Y de dónde salen tantos turistas? Pues de la cercana Hiroshima, una de esas ciudades que pocos que se quieren perder. Lástima que sea para recordar su triste pasado.

Tras la ruin historia

De todas formas, a pesar de su pasado de muerte, es una ciudad llena de vida y de gente sonriente, con especialidades culinarias, como el okonomiyaki o las famosas ostras de Hiroshima. Si vas a estar poco tiempo, puedes incluso probar las dos cosas a la vez: un okonomiyaki con ostras. Así lo hice yo, aunque más tarde, en una vinatería, hablando con amantes del vino, me dijeron que eso de mezclar es pecado; el okonomiyaki por un lado y las ostras por otro.

La obra y el artista bajo la mirada del mecenas

Pero, tras unos vinos tintos, acabaron por perdonarme. Fue una de las experiencias que guardaré con más cariño; beber vino de su tierra y de la mía y chapurrear inglés con gente simpática, generosa y agradecida. Gente que, sin embargo, me tiene algo despistado. Generalizar no ha sido nunca una opción para mí, a sí que no voy a hacerlo ahora con los japoneses, pero sí tengo que decir que no había visto en toda mi vida tanta oferta junta de sexo y otras modalidades picantes, y no hablo de comida, en una misma ciudad. Uno no sabe dónde meterse, sin tener la duda de que al otro lado de la puerta le van a sorprender con una recepción excesivamente calurosa.

Comensales sin hambre

En Osaka, hay otro tipo de perversión.

El capitalismo se muestra obsceno en forma de enormes edificios, coches de lujo, tiendas de moda y hoteles y bancos de renombre por toda el área cercana a la estación de tren. Un ambiente perfecto para sacar jugo a la cámara fotográfica, el movimiento y el contraste de las luces bajas y altas.

Luces y sombras del capitalismo

Y si no tenéis demasiado interés por la fotografía, y sí por las luces de neón, el frikismo, ese frikismo japonés en el que todos estáis pensando, y la multitud enfervorizada por el microconsumo, también podéis disfrutar de Osaka. Vuestra zona se llama Shinsaibashi y Dotonbori. Dos barrios divertidos y con una oferta culinaria muy particular. Aquí comí fugu, más conocido por nuestros mares como pez globo. De aspecto bonachón y veneno letal. Pero no podía marcharme de Japón sin comerlo. Era un imprescindible en mi viaje.

Cabeza alta

Como también era imprescindible comer la carne más cara del mundo. Al menos un cachito, no sé, ¿qué tal 100 gr? Algo, para probarla, y poder escribir sobre ello.

Y, como no podía ser de otra forma, nada mejor que ir a Kobe para comer carne de Kobe. Pero de esto ya he escrito en otro blog, en el de la mejor chuleta de Bilbao. Si queréis conocer mi experiencia y saber qué es la verdadera carne de Kobe y qué nos venden en este país como lo que no es, pinchad aquí.

Os adelanto que los 100 gr de los que hablo me costaron 80€, es decir, que una chuleta de kilo cuesta 800€. Y, claro, 100 gr no es nada, así que tuve que pedir una langosta de postre, que para algo soy de Bilbao. Todo, chuleta y marisco, hecho al teppanyaki. Espectacular.

Ni que decir, que para recuperarme de la hostia, tuve que comer los siguientes días patatas fritas de sobre y, como lujo, comida rápida en el barrio chino de la ciudad. Un little chinatown que cautiva también a los japoneses.

Los chinos también cauitaban en Japón

Por cierto, no he hablado de lo que cuesta viajar por Japón, al dinero me refiero. Bueno, de eso mejor no hablar.

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