Tokio es una ciudad imposible, completamente inabarcable para el viajero con fecha de caducidad, como yo mismo. Cinco días invertí en la capital de Japón, nunca antes había estado tanto tiempo en una misma ciudad, y no pude ver ni la mitad de lo que me propuse antes de llegar, y os aseguro que preparando el viaje ya dejé fuera muchos lugares interesantes. Una vez en Tokio, bastaron las primeras horas del primer día para darme cuenta de que mis planes no se iban a cumplir.
Para empezar, en mi lista no tenía al Metro de Tokio como destino, y creedme si os digo que en realidad es un destino. Sí, el Metro de Tokio es una atracción turística en sí misma, y pasaréis mucho tiempo en ella, aunque la mayor parte sin pretenderlo. 13 líneas; 13 colores distintos; muchos precios; muchas escaleras que suben y bajan; 2.500 millones de usuarios al año, no sé cuántos son al día, pero muchos sí que son; andenes compartidos para ir y para volver; 286 kilómetros de longitud en total; vagones que van en la dirección equivocada, piensas, aunque el equivocado eres tú, por supuesto; y una megafonía potente y clara, aunque de poco le sirve al extranjero. Apasionante, sin duda.
Y cuando logras salir, sientes placer y orgullo aventurero satisfecho, y si lo haces en el sitio correcto, más aún. Y, si, además, tienes una vista como esta, a unos buenos ejemplos de arquitectura contemporánea, mucho más.
Ahí tenéis el Tokyo Sky Tree, la torre de comunicación independiente más alta del mundo; 634 m, aunque la mayoría de los visitantes sólo suben hasta la primera plataforma circular, a 350 m, desde donde se ve, si el tiempo y la contaminación lo permiten, la inmensidad de Tokio. Pero vaya, a mí me pareció mucho más interesante lo que sucedía dentro.
También me pareció muy interesante ver el interior de este otro edificio: el Nakagin Capsule Tower del arquitecto Kisho Kurokawa. Es una de las pocas edificaciones de estilo metabolista de Japón y la primera torre de cápsulas del mundo. Para poder ver el interior es necesario alojarse en una de sus cápsulas. Nada de pasearse por allí sin más ni más. Mucho ojo porque el portero hace honor a su profesión y para todo avance de curiosos con su mal humor y perfecto japonés y, si fuera necesario, una llamadita a la policía.
Yo me alojé en el apartamento de Masato, accesible a través de la plataforma airbnb.com, aunque en el tiempo que estuve allí me arrepentí mil veces. Ya cuando me acerqué por primera vez y vi la malla que protege al viandante de posibles desprendimientos pensé, seguro que se cae la cápsula en la que yo me alojo. Pero lo peor estaba dentro: humedad, mucha humedad, y cubos de basura, de esos cubos enormes, para recoger el agua filtrada por las grietas de las paredes y techos. Y por si fuera poco, el edificio se mueve. No lo suficiente como para ver zarandearse la cortina de la bañera (de la bañera que no puedes usar por falta de agua), pero sí para marearte. Aunque después supe que se debe al sistema antisísmico del que está dotado. Un día de viento, y el edificio se mueve como un junco.
Total, que mi gozo en un pozo, aunque, tengo que ser sincero, ahora lo recuerdo con cariño y me alegro de haber estado.
En fin, una verdadera lástima ver cómo dejan desintegrarse un edificio histórico y único en el mundo, por el gran valor del terreno que ocupa, en la zona más exclusiva y cara de todo Tokio, que ya es decir.
Si queréis ver el interior, este vídeo muestra la gran diferencia entre una de las cápsulas que aún hoy se utilizan como apartamento (la mayoría son trasteros) y otra cápsula totalmente abandonada a su suerte.
Distinta suerte tiene la Torre de Tokio, una edificación más antigua que la Nakagin Capsule Tower y, sin embargo, goza de una salud deslumbrante. Su potente iluminación y su exagerado parecido con la torre Eiffel seguro que tienen parte de culpa. Resulta irónico ver el éxito de un plagio y el fracaso de una idea original. Aunque para ser justos, tengo que decir que me gusta la idea de crear una torre de comunicaciones con acero procedente de la destrucción de la segunda guerra mundial. Fue un símbolo del renacimiento de postguerra, y hoy, es un símbolo arquitectónico más de los muchos que hay en Tokio.
Otro símbolo lo constituyen estas tablas que adornan las tumbas en los cementerios en Japón y que tanto juego dan al fotógrafo.
Resulta curioso para el occidental la relación que tienen los japoneses con la muerte. Para ellos no es más que otro paso en la vida, lo que explica la naturalidad con la que los muertos comparten espacio con los vivos. Y sorprende encontrarse de bruces con un cementerio en una calle cualquiera o junto a una torre de comunicaciones.
A mí me gusta. Es una filosofía que deberíamos importar. Le damos mucha importancia a la muerte y la tememos sin medida, cuando deberíamos temer más a la vida y, por supuesto, deberíamos darle mucha más importancia.
¡La Vie en rose, por favor!
Bueno, y puestos a importar, ¿qué os parece el orgullo por el pasado propio?
Viajé a Japón con más de una exigencia autoimpuesta: tenía que comer fugu, ese pescado de apariencia tan bonachona y veneno tan letal, tenía que comer carne de Kobe, la auténtica carne de Kobe, no la que venden con engaños por estos lares, subir el monte Fuji sin perder a mi mujer por el camino, ver de cerca un volcán en activo y fotografiar a alguna japonesa ataviada con su vestido tradicional, el yukata.
Esto último me parecía lo más difícil. Al fin y al cabo, lo demás es cuestión de dinero, excepto lo del monte Fuji, pero eso es otra historia. Y, sin embargo, fue lo más fácil. En pleno Tokio, ¡qué digo en pleno Tokio!, en pleno cruce de Shibuya te encuentras con mujeres vestidas como una flor. Y es tremendamente emocionante, aunque más emocionante es ver que aún hoy, hay hombres que pasean con naturalidad vestidos con el yukata.
Todos sabemos que los hombres son los primeros en abandonar este tipo de tradiciones, no nos engañemos.
Otra de las cosas que cautivan en Japón es el alfabeto japonés. Es tan distinto al nuestro y tan estético que dan ganas de traerse hasta la última servilleta para casa. Quise traerme hasta un cacho de papel que utilizamos para garabatear y poder entendernos con unos simpáticos tipos de Hiroshima, pero al final se quedó olvidado en aquella vinatería. Os hacéis una idea de por qué, ¿verdad? Sí, demasiado vino.
Por cierto, allí aprendí, además de que en Japón también se elabora vino tinto, que hay varios idiomas en el país, con diferentes grafías.
Y por si os lo estáis preguntando, no, el rickshaw no sigue siendo un medio de transporte al uso, sino un atractivo turístico, sobre todo, para los propios japoneses. El de la foto se retiraba a casa, tras un duro día de trabajo.
Retirarse pronto a casa, en mi caso al apartamento del Nakagin Capsule Tower, es de obligado cumplimiento si quieres asistir a la subasta de atún en el mercado de pescado más grande del mundo. Este mercado está situado hasta ahora en el barrio de Tsukiji, aunque para el año 2016 se tiene previsto un cambio de ubicación.
Como iba diciendo, tienes que personarte en una de las esquinas del mercado más alejadas de cualquier otro sitio para hacer cola y conseguir una acreditación. Debes hacerlo entre las 3:30 de la mañana, o de la madrugada, o de la noche, no sé muy bien cómo calificar esa hora, y las 4:30. Los que lo hagan obtendrán un pase para las 5am al escenario de la subasta. Yo… yo… yo llegué tarde. Es una de esas torpezas que comete tu subconsciente para tener la excusa y volver a Japón, como decía un buen amigo mío. Así lo espero, Germán.
Como llegué a las 5:05, me quedé sin pasé y como no te permiten la entrada al mercado de pescado hasta las 9am, me volví al apartamento, descansé lo que pude y regresé sobre las 8. Me di una vuelta por los alrededores, llenos de puestos de todo tipo, restaurantes callejeros, señoras que te invitan a marcharte y sushi. Y, como dice el refrán, allá donde vayas haz lo que vieres, desayuné sushi, el más delicioso y fresco sushi jamás probado por mí. Y lo comí en el mercado de pescado más grande del mundo. Puede parecer una tontería, pero para mí, fue muy emocionante.
Emocionante también es pasear por los estrechos pasillos del mercado. Emocionante y divertido.
El frenesí que hay en los puestos es descomunal y eso que para entonces ya está todo el pescado vendido y solo quedan las consecuencias de un actividad comercial, es decir, toca contar el dinero ganado, limpiar y aparcar.
Yo la experiencia del mercado la recuerdo como una de las mejores del viaje. Pasear entre carretas que van a toda leche, gente que te tira baldes de agua casi a los pies para limpiar su trozo de parcela, o pescados mostruosos nunca vistos, es emocionante. Por no hablar de desayunar sushi, u ostras, como fue mi caso. Jjjjj. Malditas Nakagin.
Los mercados siempre son un buen sitio, y si son asiáticos mucho mejor. Lástima que vayan a cambiarlo de ubicación. Supongo que será más espacioso y mucho más cómodo para ellos, pero me da que se va a perder el encantador caos que se vive ahora.
Hola Diego, mi experiencia en la Nakagin Capsule Tower fue como la tuya. Estuvo bien por verlo por dentro, pero no repetiría ni loco. Menos mal que solo me quedé una noche.
Una pena que no llegases a la subasta de Atún, yo ni siquiera lo intenté… En mi siguiente visita a Japón no me lo pierdo (hay que creer que volveremos…).
Un saludo.
Me alegra ver que no soy yo el raro, con lo del apartamento del Nakagin, porque leyendo en airbnb.com los comentarios de los demás inquilinos que han pasado por allí parece que estoy loco o que hemos estado en sitios distintos.
Definitivamente, hay que creer en volver a Tokio, claro que sí.