Los post que escribí sobre Peñíscola y alrededores y la región de Murcia me han dejado agotado. Han sido dos rounds muy duros en los que he golpeado bien fuerte, aunque no demasiado; tengo que guardar energía para cuando llegue el asalto contra Almería.
Ahora, me enfrento al post de Cartagena, pero, más que un round, es un minuto de descanso.
Una ciudad triste y bonita. Esta definición de Cartagena no es mía, pero es exactamente lo que sentía paseando por sus calles. Una amiga me decía que le recordaba a La Habana, aun sin haber estado. Yo estuve hace unos años (escribí sobre Cuba en este mismo blog) y puedo confirmar que siendo dos ciudades distintas en la mayoría de sus aspectos, también sentía estar ante una vieja dama que aún conserva el elegante estilo que lució en su juventud.
Bueno, en este caso, más que como a una dama, veo a Cartagena como a un hombre orgulloso de lo que fue y de lo que es, a pesar de que poco tiene que ver su pasado con su presente.
Hago ahora un repaso brevísimo y clarificador de la historia de la ciudad y de lo que representa en la historia del mundo:
En Cartagena nació Aníbal y de allí partió con sus elefantes hacia la conquista de Roma. Las edificaciones durante su época romana fueron modelos a seguir por la capital del imperio. Estuvo bajo dominio e influencia árabe por siglos enriqueciéndose con técnicas de agricultura y comercio. Se independizó de España de manera unilateral, aunque aguantó poco menos de un año de guerra. El submarino fue inventado por Isaac Peral, un cartagenero de pro. Y ya en nuestra época, se construyeron edificaciones vanguardistas como el Gran Cine Central, uno de los espacios pioneros en la proyección de películas.
De todo esto, quedan las ruinas. Ruinas de edificios maravillosos de cien años de antigüedad, sobre ruinas de guetos de judíos, sobre ruinas de la ciudad árabe, sobre ruinas romanas, sobre ruinas cartageneras originales. Y esto es así tal cuál.
La ciudad aún está por excavar y por decidir en qué momento de la historia dejar de hacerlo. Es una gigantesca zona de excavación arqueológica que apenas acaba de explotar.
Como dato significativo, coincidí en el teatro romano con una mujer cuya casa fue expropiada, hacía poquitos años, para poder sacar a la luz la parte de bambalinas.
Con semejante riqueza histórica, es imposible no tener un sentimiento de respeto cuando se camina por sus calles. Pero, como digo, todo está en ruinas, lo que provoca una tristeza que enmudece.
El centro de la ciudad, la más cercana al puerto, es solo fachada, y no es una expresión para hablar de una supuesta actitud altiva y realidad contraria, sino que es así, tal cual. Un altísimo porcentaje de los edificios solo tienen en pie su fachada principal, sustentada por andamios roñosos por el tiempo y el olvido. Cartagena está hueca.
Algo hace pensar que nadie quiere dejar caer el carácter orgulloso de esta ciudad forjado durante los últimos 100 años, pero, con esos andamios y soportes de hierro anaranjado, también se demuestra que no hay demasiado interés económico en devolver el esplendor perdido.
El poco dinero que se quiere invertir se destina a la época romana, con un Museo del Teatro Romano espectacular, diseñado por Rafael Moneo. Se trata de un complejo que une por el subsuelo dos edificios separados por 100 metros. Uno está situado frente al ayuntamiento y el otro es el propio teatro romano. La experiencia es fabulosa. Altamente recomendable. Como lo es también el Barrio del Foro Romano, descubierto en los años 80 cuando se disponía a construirse en aquel solar el nuevo ambulatorio médico.
Y como ocurre en otras muchas ciudades, se ha empezado a construir un paseo marítimo al gusto del nuevo populacho, con edificios resultones, donde lo más importante es lo de fuera, y restaurantes de ingesta rápida y desalojo aún más rápido.
Yo me quedo con la parte vieja de Cartagena, que, aunque vieja o precisamente por serlo, es sin duda mucho más interesante, llena de magníficos edificios empecinados en subsistir a la espera de que lleguen mejores tiempos o nuevos políticos preocupados por salvaguardar el patrimonio arquitectónico y cultural que una vez hubo.
El día que esto ocurra y se descubra toda la herencia romana que aún queda por destapar, Cartagena se convertirá en un destino cultural imprescindible.