Interior de Albania, un viaje en el tiempo

Aunque el pasado esté muy presente en la vida de la gente, especialmente en la mía, puedo afirmar que cuando viajamos nos movemos hacia el futuro. En el destino nos espera una versión del yo que está por venir y al que se está dando forma cada día con nuestros actos y pensamientos.

Sin embargo, cuando alguien viaja al interior de Albania parece que avanza hacia el pasado.

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En el camino, la carretera solitaria, el asfalto viejo y presa del tiempo y el olvido, las inmensas montañas, duras y acogedoras, que parecen protegerte de la maldad existente al otro lado, todo te arropa y te devuelve a un estado cuasifetal.

En el interior de Albania, tú ya no importas. Todo a tu alrededor es mucho más vital.

La paz en la que me adentré, al dejar atrás una costa vulgar, fue mucho más fuerte que el cansancio provocado por el viaje en moto por pistas difíciles de transitar y por el calor en las tierras albanesas durante el mes de agosto.

Gjirokastër, Përmet, Korçë y Berat son los lugares en los que estuve, y por ese orden. El que más me gustó fue el primero.

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Gjirokastër es una ciudad construida en la empinada ladera de una montaña. Tan empinada que no me extrañaría que los antiguos enemigos del lugar se negaran a asaltar el castillo situado en lo más alto al ver el descomunal porcentaje de pendiente existente.

Las personas que vamos de turismo por allí somos más aguerridas y subimos lo que haga falta. Además, es un auténtico placer caminar por sus calles adoquinadas, torcer una y otra vez en sus esquinas y dar con edificaciones asombrosas, llenas de historia y tesón por continuar en pie a pesar de la poca inversión.

También, ese placer se puede convertir en un suplicio por la disposición de las calles fuera de toda lógica y todo plano.

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Korçë es otra historia.

Llegar hasta allí me costó 4 horas de viaje. 140 km por carreteras infames y con la broma de encontrarme, casi en el peor tramo, con un cartel que gritaba: Biker, welcome!

El premio es que el turismo es escaso y muy local, aunque también había gente de las vecinas Montenegro, Macedonia del Norte y Grecia.

Su bazar remodelado por completo es el gran atractivo para la mayoría de la gente, excepto para mí. Está tan remodelado y lleno de terrazas de los bares que han parasitado las edificaciones que apenas se puede adivinar nada de lo que fue.

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A mí, lo que más me gustó fue pasear por las calles de su parte vieja y asombrarme con cada paso al ver que los adoquines, casi cada adoquín, tenía un fósil de concha. Korçë es una localidad que está a unos 200 km en línea recta de la costa más cercana y a 850 metros sobre el nivel del mar.

También disfruté del auténtico mercadillo del sábado a la mañana, pero de mercadillos así disfruto estén donde estén; son el auténtico corazón de cualquier ciudad.

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A Përmet llegué con la única intención de bañarme en unas aguas termales situadas a unos 10 km de allí. Las aguas están bien, pero lo mejor es su ubicación; al lado mismo de un puente otomano. Además, hay un recorrido a pie por el cauce del río que se adentra por un cañón lleno de misterio.

Dejo para el final Berat, por ser el último lugar en el interior de Albania al que fui y porque tengo sentimientos encontrados.

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Berat es una de esas ciudades que se disfruta mucho más desde la distancia. La llaman la ciudad de las mil ventanas y la panorámica es soberbia se mire por donde se mire. Sus pequeñas casas blancas se amontonan en tres laderas; una de ellas separada por un gran río llamado Osum y un cauce aún más grande.

Escribiendo este post me he encontrado con un site donde, al parecer, se informa sobre diferentes alternativas para construir en el cauce espacios de uso público. La fecha indica que llevan, al menos, 7 años dándole vueltas. No me extrañaría que, teniendo en cuenta la pausa perpetua en la que se encuentra el país (hablo de ello en mi anterior post) pasaran 7 décadas antes de que se consiga financiar algo de manera definitiva.

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Decía que Berat es bonita desde la distancia porque pasear por sus estrechas callejuelas es un acto de espeleología deportiva, tanto porque el sol apenas llega con sus rayos al interior, lo que en verano es todo un alivio, y porque, en sus empinadas cuestas, las obras de restauración del pavimento (durante mi estancia en agosto de 2022) hacen que tengas que estar saltando para evitar agujeros, montones de material de obra y, en algunos puntos, hasta a los propios obreros.

Es extraño que, siendo una ciudad Patrimonio de la humanidad y, sin duda, el punto de la Albania interior con más turismo, esté en las condiciones en las que está.

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Por último, tengo que decir que desde Lezhë, en la costa norte de Albania (otro punto a evitar) visité un par de lugares interesantes.

Un poco más al norte de Shköder está el puente otomano más largo de los balcanes. El puente de Mes tiene 108 metros y 13 arcos que salvan un cauce de río descomunal. Casi 3 siglos que se sienten con todo su peso cuando se alza la vista desde los cimientos hacia su punto más alto.

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Muy cerca de allí está el lago Shköder, un lago compartido entre Albania y Montenegro. Tiene todo lo bueno del interior: las vistas son fabulosas. Pero también tiene todo lo malo de la costa: la masificación, que se deja notar, sobre todo, en la carretera que llega del sur. Un infierno de calor, tráfico colapsado y contaminación.

Es, por tanto, un lugar de Albania con el que no me pongo de acuerdo. No sé si me gustó o no. Lo que sí sé es que la experiencia viajera, una vez más, mereció la pena.

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