La costa albanesa es mentira

Me bastó llegar a la puerta del hotel en Himarë para darme cuenta de que estaba fuera de lugar. Pero ya era tarde. Había decidido recorrer la costa albanesa y la decisión de mi yo pasado era más fuerte que la decepción de mi yo presente.

Bueno, en realidad, lo más fuerte es el dinero; el que no se puede recuperar pasado el plazo de cancelación del hotel.

Sea como fuere, allí estaba yo, en un hotelucho en primera línea de playa con unas ganas locas de emprender camino hacia el interior.

Había leído que la costa en Albania era tranquila, alejada de la saturación agobiante de la cercana Croacia, preciosa, salvaje y muy barata -otra vez el dinero-, pero ha resultado ser todo lo contrario.

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Desembarqué en Durrës, uno de los puertos de entrada y salida de Albania con más tráfico. Salí con mi moto de la zona portuaria y emprendí camino al punto elegido como base para conocer la llamada (o autoproclamada) riviera albanesa. Y lo hice entre cientos de coches y una miseria que te avergüenza de ser miembro de la raza humana.

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Himarë es una de las ciudades más recomendadas, por su playa urbana, por sus playas cercanas y por su ambiente alegre a cualquier hora del día y de la noche. Yo la elegí, además, por estar relativamente cerca de otros puntos de interés. Lo del ambiente también me parecía atractivo, porque no hay nada mejor, tras una dura jornada de turisteo, que beber unas cervezas con la gente del lugar. Aunque enseguida comprendí que el ambiente de la ciudad lo marcaban los decibelios de los restaurantes, uno seguido del otro, del paseo marítimo en el que estaba mi hotel.

Me había metido de lleno en la boca del lobo por iniciativa propia.

Nunca he sabido calificar a sitios como este; demasiado grande para ser pueblo y demasiado pequeño para ser ciudad. Lo que sí puedo asegurar es que me recordaba más a un lugar de Sudamérica que de Europa.

Hace más años de los que quiero recordar, viajé por Perú sorprendiéndome de sus edificaciones a medio terminar, de sus calles a medio destruir y de la necesidad, en algunos casos, como en Puno, de andar por el medio de la calle por miedo a que se cayera sobre mí alguna cornisa.

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En Himarë, como en muchos otros puntos de Albania, había que andar mirando hacia arriba y hacia abajo al mismo tiempo para esquivar trampas urbanísticas. Y aun con toda la precaución posible, yo acabé pateando con mi dedo gordo achancletado un gigantesco adoquín fuera de lugar, cual delantero centro.

Shitët fue una de las pocas palabras del dificilísimo idioma albanés que aprendí en el viaje. Daba igual dónde mirara, siempre había algún edificio con un cartel con esta palabra y un número largo. Y daba igual si no hubiera más que una triste estructura de hormigón envejeciendo. La mitad de Albania se vende porque la mitad del país se compró en un momento de euforia capitalista que terminó por derrumbarse. Al menos, eso intuyo.

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No fue esto, sin embargo, lo que me más me sorprendió; al fin y al cabo, la crisis de 2008 golpeó a todo el mundo paralizando muchos sueños y especulaciones. Lo que sí me sorprendió fue que las playas de dorada arena, las idílicas calas de cantos redondeados, los rincones más recónditos y solitarios de una costa a la que calificaban de «el Caribe de Europa» no fuera sino una campaña de publicidad y una estrategia de lobby magníficamente bien orquestada. Es decir, la costa albanesa es mentira.

¿Y esas imágenes de playas maravillosas que Google nos ofrece?

Las imágenes idílicas del Jónico de Albania han sido tomadas en un solo punto: una playa privada al sur del país, en Ksamil, perteneciente a un hotel y a la que se puede acceder, si madrugas y hay sitio para uno más, previo pago de algo así como 20 €. Y sí, es una maravilla. Pero lo que tampoco te dicen es que para llegar a ella tienes que tragar con una caravana de decenas de kilómetros y luchar por un hueco terroso donde aparcar tu vehículo en una ciudad -o pueblo- donde el caos del tráfico te ahoga con más fuerza aún de lo que ahoga el intenso calor.

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Afortunadamente, existen otros lugares a los que sí merece la pena ir, como el Parque Nacional de Butrinto, muy cerquita de esa playa maravillosa que han convertido en falsa muestra de una costa de 180 km (y no cuento los otros 180 de costa fuera de esa riviera albanesa: la parte norte de Albania).

Butrinto es una pequeña península, casi una isla, llena de restos arqueológicos de diferentes épocas. Está tomada por la naturaleza, lo que la hace más atractiva si cabe, pero también por el turismo, aunque se hace soportable, sobre todo porque casi todo el mundo llega hasta allí en grupos organizados de los que se es fácil escapar.

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Otros lugares interesantes en la zona conocida como riviera albanesa es la propia carretera que va de Himarë hasta Sarandë.

La carretera bordea durante un buen tramo la costa, permitiendo disfrutar del mar Jónico desde la distancia y de ciertos rincones que a priori parecen atractivos, aunque por su minúsculo tamaño hacen pensar que serán atractivos hasta que llega la tercera persona con su hamaca y sombrilla.

Yo disfruté conduciendo por esa carretera, la SH8, porque en mi condición de motero, las caravanas no me afectan demasiado, los olivos crecen a ambos lados del camino, llegando hasta la mismísima cuneta y, de vez en cuando, te topas con simpáticas ovejas, en algún caso, y vacas, en otros, haciendo suyo el asfalto.

Otro de los atractivos de la carretera es que, en gran parte del camino, se disfruta de unas montañas descomunales. En algunas zonas, sobre todo, muy cerca de Himarë, hacia el norte, las montañas sobrepasan los 2.000 metros y, ciertamente, sobrecogen.

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Justamente en esa zona hay un pequeñísimo núcleo urbano al que llegué andando desde Himarë con las ruinas del castillo de Alí Pachá. Las vistas son apoteósicas y, si el día está despejado (nada difícil), se puede ver la isla griega Corfú.

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Si te he quitado las ganas de ir a Albania. Espera a leer el siguiente post sobre el interior del país.

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