A veces, cuando el avión comienza el descenso, mi cabeza sufre explosiones internas tan dolorosas que me resultan difíciles de creer. Aún así, al aterrizar en Hamburgo, y viendo nevar por la pequeña ventanilla, me sentía feliz. Comenzaba un nuevo viaje en mi vida. Cinco días por delante para dejarme sorprender por una ciudad totalmente nueva para mí.
Con la maleta en el hotel y la cámara en mi mano, empecé, esa primera noche, a enamorarme de todo lo que veía. No es de extrañar, claro, porque yo me enamoro de lo desconocido con mucha facilidad.
Lo curioso es que sentía que Hamburgo también me quería. Resultaba demasiado fácil encontrar motivos para fotografiar. Incluso vi escrito un mensaje de «AMOR», que, evidentemente, era para mí.
Encontré más mensajes, y, aunque algunos estaban en blanco, sé que iban dirigidos a mí llenándome la cabeza de ideas y de emociones el corazón.
Como de costumbre, no puedo escribir sobre esas extrañas palpitaciones. El entorno se alía con mi inconsciente y provocan sacudidas, miradas, dudas y fotografías. Así transcurrían las primeras horas en Hamburgo. Y así cogió fuerza un nuevo proyecto fotográfico del que aún no puedo hablar.
La nieve seguía cayendo, suave, sin hacer daño, solo visible para las luces de la noche.
Así es la primavera en el norte de Alemania: un invierno delicado. Aunque si eres del sur de Europa, es un invierno de mil pares de cojones.
No me quedó más remedio que buscar refugio.
Entré en una de las cerveceras míticas de la ciudad: la Brauhaus am Hafen. Y encontré calor al estilo Benidorm, con pianista lalalá incluido. Salí tan rápido como pude en busca del calor al estilo Hamburgo.
Las luces de la noche son más importantes que el mismo sol.
Cuando la escasez se hace patente, un mínimo rayo de luz, aunque sea artificial, ilumina la imaginación y provoca que mire por el visor y tome fotografías que en cualquier otro momento del día serían totalmente banales.
¿Por qué me siento así cuando estoy de viaje? ¿Por qué no actúo de esta misma forma en mi ciudad natal? No me gusta sentirme como en casa, como ya escribí en mi anterior post, pero tras este sentimiento se esconde una razón. Entonces, en la noche de Hamburgo lo vi claro.
Es la luz del sol la que me ciega.
Cuando salgo a fotografiar por mi entorno, el sol está siempre en lo alto del cielo y todo lo inunda.
A las mañanas, con tanta claridad en las calles, mi mente permanece a oscuras, sin saber reaccionar, sin sentir, sin encontrar esa inspiración que me acompaña en cada viaje.
De noche, una simple entrada al Metro, escasamente iluminada, es una puerta a lo desconocido. Un viaje inquietante lleno de incertidumbre, de soledad, de melancolía.
Y por si esto fuera poco, en Hamburgo el metro no es siempre subterráneo. En algunos tramos vuela por encima de las cabezas, creando un escenario muy de Blade Runner.
Y si no bastara con la realidad, el cine se mete en mi cabeza para hacer de la experiencia del viaje aún más interesante.
En momentos como estos, me alegro de aquellos fines de semana de mi niñez con doble sesión de cine en televisión española, el único canal de una tele en blanco y negro.
Gracias a aquellas películas, desterradas hoy de la parrilla por ser viejas, lentas y aburridas (¡cuánta incultura!), entendí lo que significa la narrativa, entendí el poder de la imagen y entendí que en mi vida siempre habría sitio para la vida de los demás.
El miedo, la ilusión, la alegría, la tristeza, la rabia, la angustia, el rencor, el perdón, la duda, la certeza de los personajes yo también lo sentía. «Son solo películas», escuchaba a menudo. No, también soy yo.
Las películas reflejan sentimientos universales. Tal vez ni el lugar, ni el tiempo, ni la historia se parezcan en nada a mi realidad, pero las emociones sí.
Y con la fotografía me ocurre lo mismo, tanto como espectador como fotógrafo. Quiero sentir y hacer sentir. Y si no lo consigo, ¿qué queda?
Con las palabras sí haces sentir, y con las fotos tb, Diego!
Mil gracias, Míguel. Palabras como las tuyas me hacen mucho bien.
Sentir y hacer sentir.
¡Cómo disfruto viajando contigo!
Muchas gracias, Rafa. Eres un compañero de viaje perfecto 😉
“Son solo películas”, escuchaba a menudo. No, también soy yo.
Maravilloso.
El buen cine es así, se cruzan las miradas entre protagonistas y espectadores, como en La rosa púrpura de el Cairo
Qué bonito es leer poesía de lugares. Me ha encantado. ¿Volvemos? ¿Pero en verano? Sus terrazas nos esperan. Te espera otro post.
¡Qué bonito es cuando te dicen que haces poesía con las fotos! Muchas gracias, Eva.