Una de las cosas que más me impresionó cuando, hace 18 años, visité Escocia fue su inmensidad. Desde la distancia, veía una fina línea sinuosa por donde los coches se movían con extraordinaria lentitud. El verde envolvía la carretera con tal poder que casi daba miedo. La aprisionaba, a punto de asfixia. Aquella visión me ponía en mi sitio. Era como si la naturaleza me restregara por la cara lo insignificante que es el ser humano en este mundo. Y yo asentía con la cabeza; no somos nada.
Sin embargo, esta vez, 18 años después de aquel viaje, 18 años con más países en la memoria y en el corazón, de experiencias vitales intensas, incluso abruptas algunas de ellas, he pensado en lo artificial de la naturaleza escocesa.
No podía comprender cómo, siendo un país con tanta agua y donde sus picos más altos apenas superan los 1.000 metros de altitud, tenía tan pocos árboles. Esta vez, era yo quien pensaba en lo insignificante que es la naturaleza ante el poder devastador del ser humano.
A la vuelta de mi viaje, y como si el destino quisiera darme la razón, pusieron en la tele un documental sobre este país británico en el que se hablaba de la deforestación masiva que sufrió Escocia con la revolución agrícola. Aseguraban que el porcentaje de bosque que hay hoy no llega ni al 6 % de lo que hubo hace doscientos años. Así que, esos verdes valles inmensos y preciosos no son naturales.
Vaya afirmación. Duele escribirla, duele pensarla y, sobre todo, duele que sea cierta.
Aún así, los valles escoceses son extremadamente bellos. Nadie lo puede poner en duda. Nos extasía que todo lo que entra en nuestro encuadre natural sea verde. Y, además, con decenas de tonalidades distintas. Por si esto fuera poco, las nubes, espesas, intermitentes y en constante movimiento, que tapan los rayos del sol, crean un juego de luces y sombras tremendamente favorecedor.
En algunos lugares, en muchos diría yo, estos páramos son mejorados si cabe por pequeñas motas de color lila. Son las flores de unos arbustos bajos con un alto poder embellecedor.
Y para completar el cuadro, a veces aquí, a veces allá, pequeños ríos, de poco más de un metro de ancho, se abren paso borrachos de tanta belleza haciendo unas eses perfectas.
Un post hablando de la maravillosa naturaleza de Escocia sin una sola foto; seguro que no hay otro caso igual. Pero, más que una capacidad literaria, es una imposibilidad fotográfica: la de plasmar en una imagen lo que yo veía durante mi viaje.
Mientras conducía mi moto o de pie, quieto en lo alto de una loma, detenido en un passing place, una de esas panzas tan abundantes en las carreteras escocesas, y mirando al horizonte, sentía una incapacidad abrumadora para conseguir con mi cámara una fotografía que reflejara tanta belleza.
El irracional afán de la perfección que me taladra la cabeza cada segundo también me impedía detenerme en el camino, sacar la cámara y tomar una fotografía de aquello que veía. Me decía: es una buena imagen, pero seguro que un minuto más tarde, cuando apenas hayas recorrido tres kilómetros, encontrarás otro lugar aún mejor, con otra toma más espectacular. Y, tengo que decir que, no le faltaba razón.
Hubo un día, en el trayecto que me llevaba de Lochinver a Oban, en el que vi la imagen más maravillosa que pudiera soñar. La carretera discurría por un valle abierto. A mi izquierda, el sol ya se dejaba ver por encima del horizonte. A mi derecha, su luz dorada iluminaba con delicadeza una montaña de línea perfecta, y, sobre un pequeño lago, se reflejaba con absoluta nitidez. Parecía como si la naturaleza entera se estuviera mirando en un espejo, sonriendo, segura de sí misma, segura de que aquel día iba a deslumbrar de tal manera que el ser humano se sentiría más humano que nunca.
Si quieres ver fotos, ya tengo el segundo post publicado.
Me ha sorprendido mucho esta entrada, primero por la ausencia de fotografías, claro, pero sobre todo por la coincidencia casi exacta con una experiencia parecida.
Hace unas semanas estuve en Irlanda y pensé exactamente lo mismo, los bosques estaban apiñados al fondo de los valles, casi recluidos, todo eran prados con vacas y ovejas. Muy bonito, inmenso, inabarcable, pero todo eran prados, ningún bosque intransitable, ni rastro de una jungla en medio de tanto verdor.
Entonces levanté la cámara, en un gesto casi inconsciente y me di cuenta que no cabían tantas cosas en una fotografía. Empecé entonces a escribir un texto que se titula, «cosas que no caben en una fotografía» sobre los paisajes de Irlanda… Siendo el desastre que soy, ese texto tardará tiempo en aparecer por mi sitio, pero me ha parecido una coincidencia asombrosa 🙂
Saludos
A mí casi me sorprende más que hayas leído este post antes de que lo mueva por mis redes. Me sorprende y me alegra a partes iguales.
Muchas gracias por pasarte por mi mundo, otra vez. Además, tus comentarios son siempre muy acertados. Y en este caso, encima, no porque pensemos igual o hayamos sentido lo mismo, sino porque también estabas escribiendo un post sobre una experiencia parecida. Como dices, es asombroso.
Metiéndonos en el tema en cuestión, sí, en Irlanda también pasa lo mismo, también estuve hace unos años y lo vi, aunque entonces no me di cuenta de la ausencia de bosque, como en este caso.
Y con respecto a la naturaleza y fotografía, me gusta mucho el título de tu post no nato. Espero que lo acabes para poder disfrutarlo.
Te invito también a que leas el primer post que escribí sobre mi viaje por Noruega. Lo titulé «He hecho fotos que jamás podré enseñar» -> http://diegojambrina.com/en-noruega-he-hecho-fotos-que-jamas-podre-ensenar/
Soy de la vieja escuela y tengo uno de esos programas agregadores que me avisa cuando publica alguno de los blogs que sigo. Me resulta más cómodo que usar las redes sociales donde muchas veces se pierden los contenidos 🙂
He traído muchas fotos y notas del viaje, así que tardaré en publicar algo, cuando lo hago espero recordar esta entrada para enlazarla. Me gustan esas casualidades en las que un día piensas sobre un tema aleatorio y te encuentras alguien que ha recorrido el mismo camino y sacado otras conclusiones. Para mi esa es la magia de los blogs, una magia que no encuentro en las redes sociales, la verdad.
Saludos
Me encantará ser parte de tu blog. Muchísimas gracias.
(Sí, las redes es más de consumo inmediato y de inmediato olvido).
Has logrado el objetivo, pues he visto a Escocia por medio de tus letras y no de tu lente. Es lamentable eso de que la ganadería acabó con los bosques de Escocia, pero lo creo porque es lo que está pasando en muchas partes.De todos modos, estas «tierras altas» son bellas de verdad.
Por cierto, leí este post, gracias a tu amiga, La Gata Beauseant, quien acaba de conectar su post acerca de Irlanda, con este.
Encantado de conocer tu blog y siguiéndote desde el sur de Brasil
Pues sí, así es, las tierras altas son bellas hasta sin árboles.
Muchas gracias, Alí, por pasarte por mi mundo y por comentar. Y aprovecho para volver a dar las gracias a la gata por hacerse eco de mi trabajo. Estoy encantando con ella.