Asfalto escocés (2/3)

Hay mucha expectación, por parte de la gente que me quiere, por ver mis fotografías de la naturaleza escocesa. Ya defraudé con mi primer post sobre Escocia, donde solo hay texto. Y en este segundo, seguiré defraudando, porque lo voy a dedicar a las ciudades escocesas. Tal vez lo haga porque las fotos que realicé de la naturaleza en Escocia ya me defraudaron a mí, y tampoco es plan que deje tan a la vista el fraude que soy como fotógrafo de lo natural.

Reflexiono sobre lo que pienso y escribo en estos momentos y llego a la conclusión de que puede que me interese mucho más lo que siento, independientemente de dónde esté, que lo que veo. Sí, va a ser eso. Es algo de lo que he escrito en varias ocasiones o, al menos, lo he pensado. Y la búsqueda de una imagen que refleje ese sentimiento puede que no coincida con ninguna bonita postal, que es exactamente lo que se exige a cualquier fotógrafo de su viaje por un país de naturaleza tan impresionante.

Además, hay ciudades y pueblos en Escocia que merecen una mirada tranquila, algo de tiempo, de interés y de cariño, aunque, en ocasiones, me encontré con lugares ásperos y groseros como un escupitajo en la cara.

Edimburgo, Glasgow e Inverness son las tres principales ciudades escocesas.

Todo el mundo ha oído hablar de ellas, sobre todo de las dos primeras. Son ciudades preciosas, cada una a su manera. Edimburgo por su maravillosa Royal Mile y las intrincadas callejuelas; closes lo llaman los locales. Túneles del tiempo los llamo yo. Basta entrar en ellos, andar durante unos 10 segundos en casi la más absoluta oscuridad y aparecer en un antiguo mundo amurallado y extrañamente abierto, despoblado y lleno de misterio. Por supuesto, todos lo secretos que allí se esconden pueden ser descubiertos sin problemas; para algo están los freetours que nunca hago y los blogs de viaje, aunque no seré yo quien los ponga aquí, entre otras cosas porque esto no es un blog de viajes. Además, todos esos secretos, información o curiosidades ni siquiera me interesan cuando estoy allí. Cada vez más, me gusta pasear sin que el peso de los datos entorpezca mis pasos.

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Glasgow es la ciudad post-industrial.

Se suele hacer una comparativa: Glasgow es como Bilbao y Edimburgo como Donostia. No sé. Tal vez haya algo de cierto en ello.

En Glasgow, la presencia imponente de su río Clyde, recuerda a la ría de Bilbao. Sufrió -más bien, vivió- una transformación sectorial y arquitectónica que ha convertido sus riberas portuarias en paseos agradables por donde disfrutar de nueva arquitectura y gigantescos esqueletos de hierro que, en su momento, eran utilizados para la carga y descarga de los barcos.

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Lo malo de todo esto es que Glasgow ha vuelto a vivir -no, esta vez es mejor decir sufrir-, ha vuelto a sufrir una nueva depresión, y lo que parecían atractivos edificios y lugares para ser vividos han quedado muertos y olvidados. Solo algunas pocas personas que turistean más allá del centro y gente practicando deporte se animan a ir por aquí.

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De la llamada capital de las Highlands, Inverness, tengo que decir que lo más bonito de esta ciudad es su entorno natural. El río Ness (conectado con el lago Ness) y sus dos orillas son un lugar precioso por donde pasear.

El resto se resume en una calle y media con no demasiado interés. Es un lugar donde pasar unas horas, aunque yo pasara dos días, atraído por la oferta cervecera y por algunas excursiones que podía haber hecho y que nunca llegué a hacer.

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También recorrí la costa Este de Escocia. Un espacio llano dominado por las inmensas plantaciones de cebada y salpicado por algunas urbes de color gris en sus edificios y en las almas de sus habitantes.

Durante el tiempo que estuve en Montrose, me preguntaba qué demonios había hecho que decidiera quedarme en aquel lugar. Seguramente, influyó demasiado en mí la excesiva bondad o la obligación por parte del equipo de periodistas que realizan las guías de Lonely Planet de dar importancia a lugares sin importancia.

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Ahora, que lo he vivido, puedo decir que prácticamente nada de lo que hay en la costa Este de Escocia merece una visita.

Sentí una especial pena por Aberdeen. Tan abandonada por todo el mundo, turistas incluidos, esta ciudad solo despierta el interés de largarse de allí lo más pronto posible.

Me alojé a escasos minutos del centro de la ciudad. Era un Bed & Breakfast sin breakfast. Aquello ya me daba pistas de lo que me iba a encontrar. Nada más torcer la calle e ir dirección al centro me di de bruces con un gigantesco edificio vacío. En la acera, había un Mercedes Benz alzado sobre ladrillos y sin ruedas. En la acera contraria, una papelera municipal permanecía en el lugar gracias a una cadena que la sujetaba a una verja próxima; no sé si para impedir que energúmenos la cogieran y la tiraran por ahí o para impedir que la papelera se diera a la fuga en busca de un lugar mejor donde trabajar.

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La vía principal, llena de edificios de piedra y estatuas conmemorativas de otros tiempos y hombres, estaba habitada permanentemente por un grandísimo grupo de hombres y mujeres alcoholizados y drogados que discutían a voz en grito entre sí. Como espectadores deseosos de participar, otro grupo de chavales montados en bicis de alquiler municipal iban de un lado para otro riéndose a la cara de la más absoluta tristeza y lanzando frases incomprensibles a los pocos pequeños grupos de turistas que tuvimos la mala decisión de llegar hasta allí.

Al salir de aquella avenida, me encontré con otro espécimen que golpeaba con su puño la ventanilla de un coche, mientras su conductor esperaba al semáforo. Imagino que fue el semáforo en rojo más lento de la historia.

En otra calle, me crucé con un hombre que empujaba por la acera una scooter sin asiento. Permanecía en pie a duras penas, aunque fue capaz de sonreírme cuando nuestras miradas se cruzaron.

Así es Aberdeen, una ciudad de gran deterioro humano llena de dinero.

Es la capital del petroleo escocés, gracias a sus plataformas petrolíferas en el mar del Norte. Parece que trabajar unos pocos meses en ellas llena los bolsillos de suficiente dinero para tirarse el resto de los meses llenos de alcohol, drogas y tristeza. Me recuerda a los históricos barcos gallegos y sus tripulaciones, que tras tres meses galopando por el mar vuelven con mucha pesca y muchas ganas de caballo.

Aberdeen_01

Oban fue la otra ciudad que visité. Se encuentra en la costa Oeste y representa la otra cara de Escocia. Un lugar pequeño, tradicional, con embarcaciones de recreo, mucho turismo británico, familias unidas en torno a cajas con fish & chips y hasta con su propia destilería de whisky.

Me sentí muy bien allí, y eso que no había casi nada que hacer, salvo visitar esa histórica destilería, pasear, comer helados, beber pintas de cerveza y fotografíar.

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