Antes de marchar de viaje hacía el sureste de España, había personas en mi entorno que me aseguraban que Cabo de Gata era un lugar maravilloso. También leí en bastantes blogs que la provincia de Almería tenía lugares preciosos y unas playas increíbles.
A pesar de que sufrí un fuerte bajón anímico por no poder ir en moto hasta Polonia, como tenía planeado antes de la pandemia, con toda la información y opiniones que fui encontrando me animé e, incluso, me ilusioné por ir a Almería.
Una vez allí, constaté que todo lo que me dijeron era, en el mejor de los casos, una exageración y, para ser más precisos, un engaño. Supongo que la intención no fue engañarme a mí, sino engañarse a sí mismos. No resulta fácil admitir que el lugar que has elegido para pasar unas vacaciones ha sido un fracaso y, por eso, te mientes y acabas recomendando un lugar que en realidad no te gustó.
No diré que sus espacios naturales, como el famoso Cabo de Gata, son lugares feos, porque no lo son. Reconozco que tienen cierto atractivo, con esas grandes explanadas desérticas a la orilla del mar. Pero sí puedo decir que sus playas, la mayoría, superpobladas con la más baja versión de la especie humana, y sus pueblos artificiales, acondicionados para un turismo de masas sin ninguna inquietud cultural, son una puta mierda.
He estado dándole vueltas a cómo expresar mi mala opinión sobre pueblos como San José sin resultar soez, pero, francamente, creo que siendo soez es como mejor puedo hacerlo.
Ninguno de los pueblos de costa que visité me gustó.
Una vez que te adentras en ellos, te das cuenta de que sus casas no tienen ningún encanto y que las calles, una tras otra, han ido creando un pueblo monstruoso por el que resulta desagradable pasear e imposible encontrar algo de interés.
Bares donde emborracharse junto a gente que se cree cool; cientos de restaurantes creados con el mismo molde, mismo mal género y mismos comerciales que te insultan, si no les atiendes; tiendas de souvenirs y de recuerdos que no quiero recordar y supermercados donde avituallarse con agua embotellada en plástico. Así son por dentro esos pueblos blancos.
Si algo bueno ha traído la vieja recesión económica y la nueva pandemia es que han paralizado el crecimiento de pueblos como San José. Porque si ya son repulsivos tal y como son ahora, no me quiero ni imaginar cuando sean aún más grandes. Y no es solo una cuestión meramente estética, es, sin duda, también una cuestión medio ambiental de importante calado. Porque si bien se afanan en conseguir unas fachadas de blanco puro, no se invierte, lo que deberían invertir, en una red de aguas fecales y un sistema de alcantarillado decente. De esto saben mucho ya en Murcia, sobre todo en la Manga del Mar Menor, con quien ya me peleé en este post.
Yo no puedo abstraerme de la miseria en la que viven miles de personas trabajadoras. Largas jornadas laborales, con una temperatura altísima fuera de los invernaderos, y más aún dentro, sin tiempo para descansar, ni comer ni hidratarse. Y tras el trabajo, se quedan en las inmediaciones, en casetas de más plástico (esta vez negro) donde tratan de descansar.
Unas pocas semanas antes de mi llegada, dejaron tirado frente a la puerta de un hospital a un trabajador que murió poco después. No fue en Almería, sino en Lorca, pero es un ejemplo de las condiciones que se dan en esta parte del país.
Desde San José, lugar en el que pernocté cuatro noches, tenía que ir por carretera, tierra adentro, para llegar hasta cualquier otro punto de la costa. En esta zona, apenas hay carreteras costeras que unan los diferentes pueblos. Esto me obligaba a cruzar un infierno artificial cada vez que quería llegar a un supuesto paraíso natural. En mi vídeo del viaje, se puede ver parte de los invernaderos que inundan estas tierras.
Serón, Vélez-Blanco, Nijar, Tabernas y su desierto y el observatorio astronómico de Calar Alto fueron otros lugares que visité en el interior de Almería y salvo el observatorio, que curiosamente no es un pueblo, los demás no me impresionaron demasiado. Sí puedo decir que, al menos, su organización urbanística resultaba más atractiva y pasear por sus intrincadas y empinadas calles era bastante más interesante que hacerlo en los pueblos costeros. Incluso, a veces, saltaba la sorpresa, como cuando me encontré en mitad de la calle con una piscina particular o una rotonda, también, bastante particular.
El lugar más interesante de Almería es lo que el antropólogo Marc Augé llama un no-lugar. Se trata de un observatorio astronómico ubicado en lo alto de una montaña, a 2.168 metros de altura, en mitad del desierto, donde la flora lucha por sobrevivir y la fauna humana casi no llega. Será porque es de los pocos puntos de cierto interés cultural que hay en la provincia.
El Centro Astronómico Hispano en Andalucía (CAHA) es el observatorio más grande del continente europeo y consta de 5 telescopios que no solo destacan por su descomunal tamaño, sino que su color blanco en un entorno de piedra oscura y arbolado escaso recrean algo parecido a un escenario de película de ciencia ficción.
En definitiva, jamás recomendaría Almería como destino viajero, ni siquiera a los muy amantes del spaghetti western, entre los que me encuentro, puesto que todo lo que hay alrededor de este género cinematográfico se reduce a unos pocos parques temáticos de ámbito infantil.
Yo tuve la suerte de alojarme en un cortijo en el que se rodó Por un puñado de dólares de Sergio Leone con Clint Eastwood y ni siquiera eso pudo pesar a favor de este lugar.
Tal vez, y solo tal vez, sea un buen destino fuera del periodo estival, porque lo que realmente más me disgustó fue la cantidad de turistas y, sobre todo, su enorme desprecio por las personas que no fueran ellas mismas.
Si vais, sea cuando sea, pasad luego por aquí a decidme cómo lo vivisteis.