Canon450D y Mini Diana Lomography
Hay un pueblo en Provenza que merece un post para él solo.
Cuando el loco del pelo rojo llegó allí, se dio cuenta de que aquel era el lugar perfecto para pintar. Luz. Luz. Y más luz. Vincent Van Gogh pintó en Arlés muchos de sus mejores cuadros. Su creatividad se desató gracias a su locura y a la luz. Hoy, este maravilloso lugar es sede de uno de los festivales de fotografía más importantes del mundo. Otra vez la luz.
Felix Nadar afirmó que «fotografiar es pintar con luz». No pudo ser más exacto al definir así este arte. Seguro que él y Van Gogh se hubieran entendido bien.
Muchos años después, Arlés sigue siendo luminoso. Si se tiene la suerte que yo tuve con el tiempo, se puede disfrutar de estupendos paseos por las estrechas calles o plácidas caminatas por la ribera del río Ródano. Así, paso a paso se acaba llegando a un punto en el que Vincent clavó su caballete e inmortalizó el Puente Langlois como sólo él ha sabido hacerlo.
Yo, inspirado por su mirada, retraté el puente con tres exposiciones sobre un mismo espacio del negativo. Tengo otras fotos realizadas con la cámara reflex digital, pero no conseguí captar ni la luz ni la locura mejor que con la Mini Diana de Lomography: una cámara analógica de plástico, con objetivo de plástico, de 49€. Además, para potenciar los colores y el contraste usé un carrete de diapositiva, el Kodak Ektachrome de ISO 100, e hice un revelado cruzado, es decir, se utilizó una solución química destinada al revelado de negativo fotográfico.
Llegar hasta el puente es bien fácil; basta con seguir las indicaciones que hay por el suelo. Unas pequeñas flechas facilitan un recorrido que te lleva hasta los diferentes puntos donde Van Gogh encontró un motivo que pintar.
Podéis acercaros a la oficina de turismo. Allí tenéis, gratis, un mapa con unos diez lugares a los que ir. Si eres un apasionado del pintor holandés, como creo que ya habréis averiguado que soy yo, es un recorrido que no debéis perder. Pero aún no siéndolo, podéis seguirlo de igual modo porque te lleva por muchos lugares interesantes.
Uno de esos lugares es Las Arenas de Arlés, un anfiteatro romano colosal, casi tanto como el de Roma, con capacidad para 25.000 espectadores. Deslumbra por su buena conservación, pero, sobre todo, por su tamaño y el entorno en el que está, rodeado por casas humildes y de poca altura.
En cierto modo, Arlés me recuerda a Mérida, porque andando por sus calles te encuentras de golpe y porrazo con una ruina romana, y eso emociona.
Pero en Arlés, además de poder ver el anfiteatro, los baños, el teatro, las murallas, las puertas de acceso a la ciudad y las calzadas de la época romana, el resto es también maravilloso. Me encantan sus calles, sus casas, sus contraventanas, el color amarillo y azul… Hasta los árboles sin hojas y a tono con las consecuencias del paso del tiempo son perfectos para fotografiar.
Y si por si eso fuera poco, los interiores oscuros de las iglesias iluminan la imaginación del fotógrafo permitiendo captar el arte, la historia y los siglos. Los objetivos que llevo con mi Canon y el ISO que permite la propia cámara no son suficientes para operar en el interior de una iglesia, pero en este caso los escasos rayos de luz dramatizan la escena y ayudan a transmitir la historia mucho mejor.
Aún hoy, las cabezas de las esculturas religiosas permanecen decapitadas. Muestran el hastío del pueblo por siglos y siglos de opresión, hambruna y arrogancia de la iglesia católica. Con la llegada de la revolución, la gente se desquitó a golpe de martillo. Curioso que fuera con martillo y golpes como se crearon estos símbolos religiosos y que fueran también martillos y golpes lo que las destruyeran.
¿He dicho hambruna? Pues hambre, hambre, lo que se dice hambre, en Arlés no tienes porqué pasar. Claro que sin dinero no hay nada que hacer. Bueno sí que lo hay. Sacar fotos a diestro y siniestro. Y, como no podía ser de otra forma, utilicé la Mini Diana que ya conocéis para captar esos fabulosos colores del mercado de Arlés.
Y entre foto y foto, picoteo.
Y para acabar mi viaje por la Provenza francesa, tengo que aconsejaros una parada en la autopista. Porque también en las autopistas hay cosas dignas de fotografiar. Andad atentos justo antes de llegar a Carcasona e id mirando a vuestra derecha. Mejor que lo haga el copiloto. Hay una área de descanso resguardada con altos y frondosos árboles del ruido del tráfico y abierta por el otro lado a un viñedo con el casco antiguo y amurallado de Carcassonne. Esto es lo mejor de este pueblo, pero también es interesante dedicar un par de horas a caminar por sus intramuros.
Hay que reconocer que Francia tiene pueblos fantásticos. Me encantan esas callejuelas, los paisajes y, sobre todo, sus mercados al aire libre. Es un país en el que merece la pena perderse, ir sin rumbo ni destino fijo: sólo un coche, buena música y mejor compañía.
Buen post, me has recordado muchas de mis vacaciones 🙂
Lo de los mercados al aire libre es una de las cosas que echo en falta en mi entorno más cercano. No sería mala medida, para incentivar el consumo, la organización de mercadillos de este tipo. Espera. ¡¿Pero qué estoy diciendo?! ¡Medidas contra la crisis en mi blog, y encima apoyando el consumo, la ruina del capitalismo! Estoy perdido.
Mea culpa… Aunque si te sirve, ese tipo de mercados son más un apoyo a los pequeños productores 🙂
Fue un gustazo hacer el recorrido donde el loco del pelo rojo pintaba sus cuadros. Arles es un pueblo de la provenza frncesa que merece la pena ver y fotografiar. Las callejas son súper chulas y además no te cansas de recorrerlas. En fin, habrá que volver.
Volvería, pero lo haría durante la semana fotográfica. Me han dicho que es un espectáculo, toda la ciudad se vuelca con la foto.