Viajar por Provenza con una cámara de fotos (2 de 3)

Parte I
Fujifilm X100

Me resulta difícil no encontrar nada bueno de un lugar y a pesar de todo lo malo que vi, sentí y olí, Provenza es una región digna de visitar. Así lo creo yo y así lo creen los millones de personas que pasan por sus tierras cada verano, cada semana santa, cada puente, cada fin de semana. Y es que para los catalanes es un paseo en coche llegar hasta allí. De hecho, te preguntan: ¿Catalanes o españoles? Os imagináis la respuesta ¿verdad?

Hoy, sigue habiendo miedo a las invasiones. La inmigración se deja notar en esta región y si los indígenas no levantan muros de piedra es porque no están en Israel, claro. También es cierto que se ven grupos donde la mezcla es evidente y celebrada.

Decía lo de los muros de piedra porque muchos de los pueblos de Provenza están construidos al amparo de un grueso y alto muro. Algunos de ellos incluso sobre peñascos para hacer más difícil la invasión y fácil la defensa. Hoy no tienen nada que hacer. Los turistas atravesamos los muros, pagamos por subir a ellos e incluso por entrar en un puente que no tiene salida, como el Pont St-Bénézet de Aviñón.

Las riadas se llevaban constantemente los arcos del puente, y en 1660 se cansaron de reconstruirlo. Hoy, previo pago, puedes pasear por lo que queda, pero francamente, es preferible verlo desde las alturas o desde el otro lado del Ródano.


Puente que no tiende en Aviñón by Diego Jambrina on 500px.com

Una construcción más sólida que el puente es el Palacio de los Papas. Se levanta sobre cimientos naturales de piedra viva, lo que originó callejuelas caprichosas aprovechadas hoy por fotógrafos y músicos acústicos. Sí, lo sé, no se ve a nadie tocar, pero, creedme, a la vuelta de esa esquina se apostaba un guitarrista con arte en sus manos y cara de muy pocos amigos.


Pasaje  by Diego Jambrina on 500px.com

En nuestros tiempos, ya no se levantan ni palacios ni castillos, pero aquí a alguien se le ocurrió levantar un jardín. Así, tal cual suena. La fachada del mercado de Aviñón es uno de los pocos jardines verticales que existen en Europa. Y la verdad, resultan interesantes de ver, sobre todo, cuando los jardineros se cuelgan con arneses de escalada para podar las rosas o se elevan con una grúa.

Aquí tenéis la foto de la fachada. Y si buscáis con paciencia encontraréis a dos jardineros colgados en la parte derecha de la imagen. Y si sois algo críticos podréis ponerme a parir por tan desastroso encuadre. El gran Tino Soriano, uno de los fotógrafos más importantes, aconseja en su libro Foto a foto (altamente recomendable), utilizar la técnica del dedo: cuando tienes que usarlo para guiar la atención del público sobre un detalle de la fotografía es que esa fotografía no es buena. Y éste es un claro ejemplo de ello.

Jardín vertical en Aviñón by Diego Jambrina on 500px.com

Para compensar, tengo otra foto que sí me parece está bien compuesta y para la que sobran dedos para explicarla. Sencillamente porque no tiene demasiada explicación. Las curvas de esta escalera de caracol iluminada artificialmente, más parece una cala natural iluminada por el sol. Es un detalle del hotel de Aviñón en el que estuvimos alojados: céntrico, limpio, sencillo, con personal amable, restaurante y donde te hacían descuento del 20% en el parking público más cercano. Ya veis, todo detalles.

Arquitectura natural by Diego Jambrina (Elhombredemackintosh) on 500px.com

Y aunque hay cosas interesantes sin salir del hotel, lo mejor es coger la cámara, olvidarte el callejero en la habitación y pasear por las calles sin rumbo fijo. Sólo así te toparás con lo que no te esperas, te alejarás de los espacios masificados y te cruzarás miradas con señoras del lugar.

Este consejo vale para Aviñón, para Orange, para Marsella, para Manosque y para cualquier otro lugar de Provenza. Incluso, me atrevería a decir que para cualquier lugar del mundo.

En este caso, la calle está en el casco antiguo y amurallado del pueblo Manosque. Un lugar al que le guardaré simpatía por sus calles soleadas, señoras amistosas, mercados coloridos y amenizados con música en vivo y señores interesados en comprarme mi querido clásico del motor.

Paseando por las estrechas calles de Manosque

Otro pueblo interesante por donde pasear es Vaison La Romaine.

Las calles, contra todo pronóstico, de este turístico pueblo medieval estaban casi vacías. Las empinadas cuestas y el tiempo inestable fueron dos aliados fantásticos para disfrutarlo sin agobios.

Como en casi todos los pueblos que visité, hay dos zonas bien diferenciadas: una, la histórica, la que se levantó sobre un peñasco. La otra, la que creció tras los muros. Lo lógico es que sea la primera la más interesante que visitar, pero la mayoría de los turistas se quedaban en la parte baja, paseando por las calles llanas llenas de tiendas de souvenir. Eso me permitió subirme, sin miradas desaprobadoras, donde no debía para lograr una toma interesante y sacar partido a las distancias cortas con la Fujifilm X100. Se dice que esta cámara no es precisa y que cuesta enfocar, y es cierto, pero basta con activar el macro y utilizar la pantalla para encuadrar, para que esto no sea ningún problema. Algunos utilizan el modo de enfoque manual, pero mientras sujetas la cámara con una mano y mantienes el equilibrio con la otra esta opción no sirve.

Vaison La Romanie

Marsella fue también un pueblo construido sobre una pendiente. Al pasear por sus empinadas cuestas del casco antiguo te das cuenta de ello.

Esta es la mejor zona por la que estar. Aquí se encuentran todos los atractivos de esta ciudad: suelo empedrado, calles estrechas, casas de color claro con contraventanas de colores, niños jugando sin miedo al tráfico, plazas con terrazas donde descansar los pies y activar el bolsillo, artistas trabajando a la luz del sol… Cuatro horas entretenidas.

Terrazas en el casco antiguo de Marsella

Al otro lado del puerto, Notre Damme de la Garde, una basílica situada a 162 metros de altura, desde donde se ve toda Marsella, si consigues mantenerte en pie, claro. El día que elegimos para subir hasta allí, el viento era muy fuerte a nivel del mar, pero allá arriba hacía un viento de mil diablos. Una vez arriba no debéis dejar de entrar en la basílica. El panteón carece de todo interés, pero la basílica es un sitio brillante. Sobre todo sus cúpulas, desde donde cuelgan barcos como ofrenda de los marineros marselleses. Algo muy curioso y que sólo había avisto antes en la iglesia de Getaria. Un bonito pueblo guipuzcoano al que no hay que dejar de visitar. Cuando vayáis, pasad por el bar/restaurante Iribar y disfrutad de un buen pescado a la parrilla y txakoli.

Los barcos cuelgan del techo colorido de Notre Damme de la Garde

Ops, he acabado el post de Provenza invitando a la gente a ir a Getaria.

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