Viajar por carretera por la provincia de Zamora

Fujifilm X100

Carretera y manta. Es una de mis expresiones favoritas.

Me encanta viajar por carretera con mi propio coche. Lo prefiero a cualquier otra forma de viaje porque el viaje en sí empieza desde el mismo momento en que sales del garaje. No tiene nada que ver con viajar en avion. Llegar dos horas antes al aeropuerto. Esperar. Pasar por los controles. Esperar. Entrar en el avión. Esperar. Aterrizar. Esperar. Esperar. Esperar. Y me gusta hasta cuando no conduzco. Acurrucarme en el asiento del copiloto, bien tapadito, confiado en que mi compañera sabrá llevarme sano y salvo hasta el próximo relevo.

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Hace pocos dias nos fuimos hasta la provincia de Zamora. Muy cerca de la frontera con Portugal.

Tiene algo de extraño estar en un país y ver al otro lado del río otro distinto. El río Duero a un lado y el Duoro al otro.

En un pueblecito de cuatro casas y ningún bar, llamado Pinilla de Fermoselle, hay un alto con el curioso nombre de «el mirador del cura». Un lugar espectacular para disfrutar de las sinuosas curvas del río fronterizo. «El mirador del cura»… ¿por qué será que todo lo bueno está en manos de la iglesia? Hasta un pedazo de tierra desde el que admirar el paisaje.

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La carretera que une Pinilla de Fermoselle del pueblo de referencia en la zona, Fermoselle, recuerda al río. Una pista desierta y llena de curvas que hacen del recorrido un paseo espectacular. Además, tal vez podáis tener la misma suerte que yo y ver un pájaro carpintero descansando tras un duro trabajo. No sé por qué, pero en ciertas ocasiones encuentro su trabajo y el mío muy similar. Será por eso por lo que suelo acabar con fuerte dolor de cabeza.

Fermoselle es un pueblo construido sobre roca, o para ser más exactos es un pueblo construido entre rocas. A veces nos empeñamos en moldear la naturaleza a nuestras necesidades, pero es mucho más sencillo adaptarnos nosotros a ella. Y este pueblo es un gran ejemplo. Estoy seguro de que ni el frío que se siente en invierno en esta región ni el calor del verano hacen mella en el interior de estas casas.

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Hasta aquí no han llegado aún las rampas y las escaleras mecánicas que hacen la vida más fácil y a las personas más vagas. En Fermoselle tendrás que subir y bajar por empinadas cuestas y escaleras con cierto sabor a Huayna Picchu, (ya hablaré un día de estos de mi viaje a Perú) donde esculpidas en la piedra de la montaña los escalones te facilitaban la ascensión.

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No es de extrañar encontrarse por estas calles con viejos neumáticos de bicicleta. Con 30 años menos, en lugar de fotografiarla, la hubiera cogido y lanzado calle abajo.

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Pero la niñez quedó atrás, y ahora lo que más me gusta es pasear con mi cámara Fujifilm X100 en la mano, mientras se acerca la hora de beber el famoso vino de la zona, el que se beneficia del microclima de la ribera del Duero, en el Parque Natural Arribes del Duero.

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Dicen que a principios de año es la peor época para visitar una bodega. Las vides están desnudas, ni una hoja, ni un racimo, tan sólo madera muerta que se niegan a caer al suelo. Pero yo estoy ahí y tengo que aprovechar el momento.

Lo pasamos bien en la Hacienda Zorita. Comimos muy bien, bebimos muy bien, y, por supuesto, al final, dormimos muy bien.

Viñas a contraluz

De vuelta a casa, hicimos una parada en Zamora, en la capital de la provincia y en la capital mundial del chorizo. Como bien saben mis amigos no hay chorizo más rico en todo el mundo que el que se hace en Zamora. De hecho es lo único destacable que sale de esta tierra.

Esa pasión por la religión, que les ha llevado a crear un museo de la semana santa, es algo que me supera. Dicen que a medida que te haces viejo, y aunque hayas sido toda la vida un ateo recalcitrante, tiendes a creer en un ser divino, uno que te salve de la muerte, o que te garantice un cielo lleno de vírgenes.. a no que eso es de otros… bueno, a mí no me va a suceder. Yo seguiré creyendo en mí mismo y en la gente que me rodea y me quiere, como así lo hizo Abelina, la abuela que nació el día de la revolución rusa.

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Zamora es un lugar, sin duda, tranquilo, sosegado, camina despacio, entre sol y sombra, y donde aún puedes ver a las viudas vestidas de negro. Pero solo a las viudas. Los viudos, si los hay, no son partidarios del luto.

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Y para terminar la visita, un consejo: meteros entre calles, atravesad las puertas que muchas están abiertas al visitante y descubriréis rincones con sabor a blanco y negro, muy aptos para el fotógrafo.

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