Viaja tranquilo y paséate por Suiza antes de cruzar a la Selva Negra: Parte I
Salí de Suiza por Basel para adentrarme en el sur de Alemania y el oeste de Austria, y de paso dar un respiro a mi bolsillo.
Estos dos países son asequibles para el trabajador medio. Muchas gente se sorprende cuando digo que comer y beber en Alemania es incluso más barato que en España, y, para el aficionado a la cerveza, más placentero, pero la realidad es esa: mejores nóminas, alquileres mucho más baratos y precios aptos para invitar a una ronda.
¿A una ronda de qué? ¿Bretzel y cerveza?
No sería mala idea, pero no es bier todo lo que reluce.
El suroeste de Alemania, hasta llegar al extremo más oriental del lago Constanza, está lleno de viñedos. A ambos lados del río Rin y del lago, al que todos los autóctonos llaman Bodensee, la bebida amarilla más popular es el vino blanco.
El lago Constanza es una zona muy visitada por los propios alemanes, sobre todo, de mediana edad. Aquí tienen sol, agua donde nadar, vino que beber y zeppelins con los que volar. Un estupendo vehículo para poder desplazarse por la zona sin necesidad de aguantar las constantes caravanas. Pero si no tienes los 200€ la media hora que cuesta un viaje, lo mejor es desplazarse en bici, en ferry o, por supuesto, en moto.
Fue el ferry el vehículo que elegí para llegar hasta Konstanz. Desde Meersburg, el pueblo perfecto para alojarse en la zona, salen ferrys cada hora, y tras un paseo por el lago de 40 minutos llegas a la ciudad más grande bañada por el lago Constanza.
Pero si la ciudad es grande, su fama es todavía mayor.
No es un mal lugar para darse una vuelta, pero las hordas de turistas que caminan por sus calles está totalmente injustificado. De hecho, hasta las fuentes se burlan de nosotros.
Otro de los lugares donde más turistas encuentras es Friburgo, pero esta ciudad, sin duda alguna, merece una larga estancia.
Suele ser la base favorita por todo el mundo para conocer la Selva Negra, una extensa zona del sur que va desde la frontera con Francia hasta el lago Constanza, y eso le quita cierto encanto, sobre todo para los que, como yo, al viajar al extranjero lo último que quieren es oír castellano, y hasta aquí llegan muchos autobuses con miles de españoles de mediana edad hacia adelante dispuestos a vivir un nuevo viaje de estudios.
Wutachschlucht, St. Peter, Triberg, Schiltach y Gegenbach fueron mis destinos mañaneros durante los 5 días en los que me alojé en Freiburg.
Salir en moto por las carreteras de la Selva Negra es una maravilla. El asfalto es impecable, y no, no es ninguna leyenda sin fundamento; en Alemania el firme es así, firme. Las carreteras son sinuosas, pero con curvas muy abiertas que te invitan a girar la muñeca e inclinar la moto, y cuando llegas a los pueblos parece que has hecho un viaje al pasado. La arquitectura es fabulosa. Las casas de entramado de madera llaman la atención y despiertan nuestro respeto al seguir en pie 500 años después de haberse construido. Los turistas, la gran mayoría alemanes, pasean sin prisas y te sonríen. Y la cerveza, bueno, la Weissbier está fresca y rica. Unas cuantas más y me hubiera atrevido a hacer la foto de frente. Aunque con la Fujifilm X100 puedes acercarte hasta donde quieras y disparar en absoluto silencio y no perturbar la paz de quién lee el periódico.
Para descansar de tanto descanso, se puede subir hasta Stuttgart, donde uno de los grandes atractivos es el Museo Porsche. Allí, cada uno de los coches parece un gran juguete, en su caja, listo para sacarlo y ponerlo a rodar. Es un museo para niños grandes a los que les gustan estos juguetes. Pero aconsejo a todo el mundo el Museo Mercedes-Benz, el otro gran atractivo de Stuttgart.
Ese es un museo sobre la historia del último siglo con el motor como hilo conductor; una maravilla de 7 gigantes plantas a las que dedicar un día al completo.
¿Y ya está? ¿Eso es todo lo que ofrece Stuttgart; dos museos de coches?
Stuttgart es una ciudad con un nombre más viejo que la propia ciudad. Fue sepultada en bombas y no quedó prácticamente nada en pie. Se reconstruyó lo que se pudo y se construyó casi todo desde la nada. Tal vez sea por eso por lo que no encuentras edificios que fotografiar, pero, sin embargo, sí se puede fotografiar la cantidad de vida que hay en calles, como este kiosko de cerveza.
¡En qué otro lugar se podría encontrar un kiosko donde no se vendan periódicos sino cerveza!
Ulm es todo lo contrario.
Es una ciudad con su historia todavía en pie, aunque lo que más destaca es la mezcla de lo de ayer con lo de hoy. Casas, catedrales, ayuntamientos y mercados con cientos de años y estilo gótico conviven con edificios y esculturas recién nacidas y estilo postmoderno. Y lo hace con una armonía perfecta. De eso te das cuenta desde los 161m de altura del campanario de la catedral, el más alto del mundo (algo más de 700 escalones) y desde la orilla del río.
Cosas altas en Austria también las hay. Los Alpes, por decir algo.
El oeste de Austria, la región conocida como Vorarlberg, es una maravilla de la naturaleza. Vayas por donde vayas estás rodeado por picos de unos 3.000 metros de altura, y no te queda otra que tragar saliva y maravillarte ante semejante grandiosidad.
Para llegar hasta el paso Bielerhöhe es necesario recorrer un puerto de esos de foto, que yo no saqué, pensando «ya lo haré a la vuelta», y a la vuelta me fui por otro lado.
La carretera, Silvretta Hochalpenstrasse, está llena de curvas de 180º, estrecheces y bastante tráfico. Para acceder a ella es necesario soltar 11€, pero si ya has hecho 3.000Km para llegar hasta allí no es plan de darse la vuelta. Además, el tráfico era sobre todo sobre 2 ruedas, y ya sabemos que ese no molesta.
Una vez aparcada la moto, lo mejor es darse un largo paseo por las montañas, aunque, si no estás en forma, te puedes conformar en circunvalar el lago y sacar alguna que otra foto.
Hay muchos pueblos en Vorarlberg donde poder alojarse, se tiene también bastantes hoteles, pero sin duda alguna lo mejor es una casa rural en Schruns; por precio, por comodidad, por situación (cerca de la Silvretta Hochalpenstrasse y de otros interesantes pueblos) y por el lugar en sí. Un lugar al que Hernest Hemingway dedicó cierto tiempo de su vida y una porción de su literatura. Aunque esto mismo lo pueden decir Venecia, Pamplona, La Habana, Florencia, París… y no sé cuántos sitios más.
Bueno, la cuestión es que en Schruns y en sus alrededores cualquier persona disfruta de una buena vida.
De una buena vida y de un chocolate excelente. En Bludenz, un pequeño pueblo a escasos 17Km, se encuentra la fábrica de chocolate Milka, y su mejor publicidad no es la vaca pintada sino el olor que hay al pasar cerca de ella.
Espectaculares las fotos!! Pero qué ganas de volver. Sobre todo para ponernos finos a cervecita rica y bretzel y para ver si de una vez por todas encontramos la fabrica de Milka abierta y nos quita esa gula que te entra nada más pasar por esa calle del demonio.
Cada foto es especial.
¡Madre mía! ¡Pero que viajazo! Las fotos son increibles y estoy envidiosa perdida… eso si! Creo que a mi Bludenz me hubiera dado arcadas…!
¿¡Cómo, no te gusta el chocolate!? Eso es una rareza digna de estudio.
¡Menudas vacaciones que se pegan algunos!
Eso sí: imperdonable no entrar en una fábrica de chocolate 🙂
Es que las dos veces que fuimos llegamos tarde. Además, no se podía entrar en la fábrica, sólo en la tienda outlet. Pero para compensar sí entramos en la otra fábrica del pueblo: la de la cerveza. Varios tipos de cerveza austriaca bien rica.
ayy ya sabía yo que de llegar tarde tenía que ser a la fábrica de chocolate, a la de cerveza ni pensar. Antes muerto,
Bonitas fotos e interesante crónica. Por cierto, ¿hubo paseo por la montaña o sólo vuelta al lago?
Sólo vuelta al lago. Pero entre la pateada, la parada para la comida y las fotos nos llevó 3 horitas.