Un viaje de paso lento y latido rápido (Noruega 3/6)


Cruzando el Círculo Polar Ártico

Tombuctú, Vladivostok, Ulán Bator, Sebastopol, Dar es-Salam, Manaos, Macao… muchos lugares merecen una visita por el simple hecho de lo que fueron para una persona. Aventureros, escritores, guionistas y directores de cine son algunos de los culpables de que tenga ganas de hacer la maleta y lanzarme a visitar rincones del mundo donde no hay nada. Al menos, nada aparentemente.

Se me pierde la mirada en el horizonte cuando oigo, o tan sólo pienso, en un lugar tan extraño como Vladivostok. Un lugar que está en el extremo oriente, entre China y Japón, y sin embargo pertenece al mismo país que Moscú. ¡Nueve mil kilómetros de distancia! Me encantaría ir a esta ciudad rusa, mucho más incluso que a la propia capital, y escribir sobre ello. De momento, me conformo con escribir sobre otro mítico lugar: el círculo polar ártico, que no es poco.

Ya atravesé a principios año el círculo polar, y hablé de él y de la estupidez de llegar y encontrarse con dos falsos Papas Noeles. Porque uno es una tontería, pero dos es una estupidez. Si queréis saber de qué estoy hablando, pinchad .

Decía que hablé del círculo polar ártico, pero con poca emoción. Llegar hasta allí cómodamente sentado en un avión no significó nada. Llegar habiendo cruzado media Europa montado en una moto, significó mucho.

Y del mismo modo que lo fue para mí, lo puede ser para los demás. Pero, en general, no viajamos, sencillamente, nos movemos, y así, es comprensible que la mítica frontera del círculo polar ártico esté siendo devorada por la luz eterna de los veranos efímeros sin que nadie se pare a mirar.

Mundo olvidado

Unos kilómetros antes de llegar a la frontera que separa Suecia de Finlandia, y yendo por carretera desde el sur, me encontré con un lugar donde aparentemente no había nada, un lugar abandonado, por el que, sin duda, habría pasado de largo, si hubiera ido más rápido de lo que iba. Pero la escasez de gasolina en mi moto y de gasolineras en las carreteras, me obligaron a conducir despacio, y eso me dio tiempo para ver la esfera de hierro oxidado con la que se indica la entrada y salida del círculo polar ártico.

Acababa de entrar en el territorio donde el sol en verano nunca se pone y en invierno nunca se ve. Algo totalmente extraño y casi irreal para cualquiera del sur.

Aun viviéndolo, resulta difícil de comprender. Estás ante un final del día eterno. Estás sentado en la cama, a las dos de la madrugada, con la mirada perdida en una terca línea de luz.

Tarde
Atrapada por la luz

Noche
El final eterno

Madrugada
Sueño por vivir el sol de medianoche

Pero la vida en este extraño lugar del mundo es aparentemente normal.

Siempre había oído que la gente del norte vivía los veranos tan intensamente que alargaba la hora de irse a dormir, pero en realidad no lo viví así. La gente abandona las calles de Tromsø, la ciudad más grande del norte de Noruega, mucho antes de que la luz pierda su intensidad.

Gente extraña, tan extraña como su naturaleza, tan fría como sus cortos veranos, y tan afectada por su entorno natural que es difícil cruzarse con una mirada que no perturbe. Afortunadamente, ese carácter les ha dotado de una capacidad extraordinaria para idear y construir edificaciones fuera de lo común, como el Museo Polar, la iglesia de Tromsdalen, más conocida como la catedral del Ártico, o el descomunal puente que une la isla de Tromsø con el continente.

Descolocada

Una fría señal en el Ártico

Escala irreal

Otro de los lugares más importantes dentro de este círculo, además de Tromsø y de Nordkapp, del que escribí en este otro , es el conjunto de islas que forman las Lofoten.

Y como una ventana, puedes abrirte a este lugar o encerrarte en ti mismo y tratar de averiguar quién eres. Porque páramos inhóspitos como éste sirven muy bien para pensar, aunque no sepas muy bien en qué.

Sueños llenos de luz

Siempre mirando al mar

Miradas cruzadas

Lo mejor de las islas Lofoten no son sus pueblos rojos de madera sino los sitios en los que esos pueblos están. No importa ir a Å, el último pueblo de las islas y con el nombre más corto del mundo, ni a Nusdfjord, ni a ningún otro. Lo mejor es recorrer la carretera sin destino fijo, sin hora de vuelta, sin importarte cómo se llama el pueblo que acabas de dejar atrás.

Aquí los nombres son tan insignificantes como el propio ser humano.

Listo para navegar por mi mar interior

Despertar

Y poco a poco, kilómetro a kilómetro, fui avanzando hacia el sur, acercándome a mi mundo conocido, al mundo donde la noche es noche y el día, día.

Puedo asegurar que esta experiencia ha sido fabulosa, pero, también puedo asegurar que esta tierra no es apta para nuestro espíritu humano actual, tal vez, por la contaminación social y económica de hoy, que nos impide disfrutar tanto de un mundo sin artificios como de nosotros mismos.

Respira y continúa

Viajera de paso lento y latido rápido

Al rojo

Abandoné, quién sabe si para siempre, el círculo polar ártico subido en un ferri.

Llegué rodando y me marché navegando, como no podía ser de otra manera tratándose de Noruega. El país donde las carreteras tienen hora de caducidad, y si no la respetas te quedas en tierra, esperando a que el sol vuelva a levantarse y comience de nuevo el servicio de ferris.

Línea imaginaria

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