Oporto, ciudad de niebla y noche

La luz se despereza y entra con timidez en la habitación. Pero no está donde debería estar. Hago un repaso del entorno, sin moverme lo más mínimo de la cama. Por cierto, esta cama no es mi cama. Y esta habitación, tampoco. Y, deduzco, que ésta tampoco es mi ciudad.

Hoy, miraré y fotografiaré lo que nunca había visto ni fotografiado. Y eso me encanta.

Miro el reloj, pero aún son las 6. Demasiado pronto para levantarme, aunque sé que la luz del día también se irá demasiado pronto.

Desde que la fotografía forma parte esencial en mis viajes, siempre he puesto especial interés en salir del hotel lo más pronto posible. Pero, cada año que pasa, encuentro a la luz del día más anodina.

Así que, me vuelvo a dormir.

Luz de noche

Oporto ha sido para mí una ciudad de niebla y noche. Sus oscuras, estrechas y caóticas calles del centro histórico me seducían y me humillaban. No era yo quien decidía por dónde ir.

Rumbo a ninguna parte.

Solía ser muy metódico en mis viajes. El primer día, esta zona. El segundo, esta otra. Si da tiempo, llegaré hasta allí. Si no, pasearé por aquí. Tenía un espacio en mi agenda para los imprevistos. Al estar en una ciudad desconocida, es normal que los haya, así que los preveía.

Pasadizo al pasado

Me propuse cruzar el Douro por el puente Luiz I y ver Oporto desde la otra orilla. Me propuse hacerlo al atardecer, justo cuando el sol acariciara la ladera de la ciudad con una delicadeza impropia de una bola de fuego. Pero no cumplí con mi propuesta. Tampoco me importó.

Ciudad de hierro y salitre

Me conformaba con pasear por las calles. Cuanto más estrechas, mejor. Cuantas menos personas, mejor. Cuanta menos luz, mejor. Y al toparme con esos maravillosos edificios de azul y blanco, mi cámara se quedaba quieta, esperando una reacción que parecía no llegar nunca.

Llegué a Oporto con la intención de fotografiarlos, sí, pero no de cualquier manera.

Me acuerdo mucho de Joan Fontcuberta y de lo que dice sobre la masificación de la fotografía, y estoy dispuesto a no contribuir a ello. Prefiero mirar sin tener la cámara de por medio y tomar cuando crea que lo que tengo ante mí es solo mío.

Noches azules y blancas

Piedra heredada

Esta sensación la viví con especial intensidad en la grandiosa estación de tren.

En São Bento, ni uno solo de los turistas allí presentes se resistía ante sus imponentes azulejos pintados de historia. Yo tampoco. Pero tras un rato con la cabeza inclinada hacia atrás, tratando de acaparar toda su magnitud, acabé algo borracho. Y al girar la cabeza olisqueando el aire fresco del exterior, vi la luz.

Generosos ventanales por donde el sol entraba tímidamente e iluminaba un solo rincón de la estación. Ahí estaba esa fotografía que serviría para recordar un lugar y un sentimiento, sin contribuir a la masificación.

Ventanas de luz

De camino a la habitación del hotel, entrada ya la noche, continúo aferrándome a la cámara. Mi ojo es rápido y mi mano no lo ha de ser menos. Sé que si tuviera la cámara guardada en la bandolera, nunca fotografiaría ciertas escenas. Incluso, nunca me quedaría más de medio segundo mirando.

La cámara me permite parar, mirar, mirar, mirar y pensar. Sin ella, tan solo podría guardar en mi memoria una fotografía que jamás podría enseñar. Y, ciertamente, ¿quién puede fiarse de su memoria?

Deseos entre rejas

Pienso que en algunos momentos es mejor no recordar el pasado. Esa realidad trastornada por el paso del tiempo y los deseos incumplidos suele estropear el presente y crear un futuro aún más destructivo.

Así lo sentí cuando vi a esta mujer mirando de reojo hacia atrás, con una tristeza y sentimiento de soledad brutal. El coche, salido de otra época, y su afligido color, creaban un ambiente propicio para la desazón.

Fue sin duda lo mejor de aquella mañana, camino a la Librería Lello, la librería más famosa del mundo y la más rentable, no por las ventas de sus libros, sino por las entradas vendidas. Desde que se rodaron allí algunas de las escenas de Harry Potter, las colas de turistas y los 5 € de entrada desaniman a los compradores de libros.

Mirando de reojo a un error pasado

Prefiero ver la tele, apagada y llena de polvo, a sucumbir al mercado del turismo. Pero no os asustéis, disfruté de muchas cosas. Oporto da para mucho más que un recorrido nocturno, colas infernales y garajes de hotel.

Arrinconados

Preciosos y rehabilitados edificios alicatados con recuperados azulejos, preciosos y destartalados edificios en parte alicatados con olvidados azulejos, calles estrechas y laberínticas, amplias avenidas y paseos paralelos al río, restaurantes con cocina local, gaviotas moviéndose como gifs eternos, bares alternativos con cerveza alternativa, edificios modernos alejados de los circuitos clásicos e, incluso, encuentros cara a cara con personas contactadas por Internet. Un abrazo, Alberte.

Un abrazo, Oporto.

Final desconocido

Coliseo arquitectónico

Hacia lo más alto

Sueños borrosos

Atrapado

Tozudo

Dando la espalda para salir de frente

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