¿La razón? Sencillamente, a los turistas parece no interesarles demasiado. No es como en otros lugares, donde se desaconseja la zona por peligrosidad, por ejemplo. El hecho de que esté algo alejado es la razón principal. Llegar hasta el paseo supone salirse de los límites arquitectónicos, de esos límites marcados en los mapas que los recepcionistas de los hoteles entregan al turista. Y supone, también, cruzar la muralla de Estambul, una estructura que aún permanece en pié y que parece servir todavía para proteger a las personas, aunque el enemigo esté dentro de esas mismas personas.
Para empezar, notas la brisa del mar. No es que sea una brisa muy refrescante, pero se agradece. Además, ¡es el mar Mármara! Por allí han pasado millones de barcos desde que el ser humano empezó a navegar. Llegan a uno de los puertos más importantes de la zona y muchos continúan viaje hacia el mar Negro por el estrecho del Bósforo. Si no te entran ganas de viajar al escuchar estos nombres de leyenda, la verdad, mejor te quedas en casa.
Además, andar por el paseo ribereño de la zona europea de Estambul supone ver a la gente local practicando una de las actividades que más les gusta: la pesca. Y se puede entablar conversaciones, algo limitadas por el idioma y por la temática, claro. Hablas de carnaza, peces y paciencia. Pero bueno, es una bonita experiencia.