La fotografía es emoción

Yo pensaba que la fotografía estaba compuesta por imágenes más o menos bellas, más o menos curiosas, más o menos singulares, pero un día, casi de golpe y porrazo, aprendí que la fotografía estaba compuesta de emociones. Ni la belleza, ni la curiosidad, ni la singularidad eran más o menos nada.

Fue entonces cuando aprendí la verdadera importancia de la fotografía.

Decía José Manuel Navia que un fotolibro no se ve, sino que se lee, porque, poco a poco, página a página, foto a foto, el libro te va contando una historia. Y esa es la grandeza de la fotografía, y del arte en general, que te cuenta algo, que te emociona, que te hace estremecer de miedo, de angustia, de risa, de optimismo. La belleza con que lo hace, tampoco es tan importante. 

Por eso, ya no disfruto de la fotografía una a una, como lo hacía antes. Ahora, para mí, la fotografía tiene sentido en un entorno y en plural. Una exposición, como la que hay ahora mismo en la Sala Rekalde de Bilbao (“Con la boca abierta” de Cristina García Rodero) es una obra en sí misma, no es un evento para mostrar obras. Y lo mismo pasa con los libros. Un fotolibro es una obra per se, pero, ojo, no cualquier libro.

Hace algo más de 6 años solo entendía el fotolibro como una recopilación de fotografías de un mismo autor. Como los libros de Photo Poche, por ejemplo. Una colección de pequeños libritos de bolsillo, cada uno de un fotógrafo, que te muestra la capacidad fotográfica del autor, pero que no te cuenta nada más. Y aunque estos libros me encanten –tengo unos cuantos, y, poco a poco, iré comprando más y más– me parece que se quedan algo cortos. 

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