Mi último día en La Habana, entré en un local donde había antigüedades: carteles y revistas revolucionarias, discos de vinilo, cámaras fotográficas de carrete, relojes de bolsillo, botes oxidados de líquido Kodak para revelar… no sé, un sinfín de cosas inertes que te hacen sentir muy vivo. Pero lo que más me gustó fueron unas fotografías de diferentes autores contemporáneos sobre la vida de hoy en la ciudad. Fue verlas y pensar en lo mal que había aprovechado mi estancia allí.
Afortunadamente, sé que la culpa no es mía. Nada tengo que reprochar a mi trabajo fotográfico.
Los extranjeros que viajamos a Cuba estamos demasiado contaminados. Demasiados datos y opiniones y puros y ron y culos cubanos y coches yankis y ches y fideles y «oye, mi amol» y demasiadas imágenes vistas de un país que no se puede llegar a conocer ni con un mes de estancia, aunque haya gente que piense que es demasiado tiempo.
Se tarda mucho en librarse de tanto juicio ajeno y hacer hueco a la realidad propia. Yo tarde 27 días en verlo claro, y lo hice por unas fotografías en blanco y negro hechas por cubanos sobre la cotidianidad cubana.
De todas formas, viendo ahora las hojas de contacto de las fotografías que saqué, siento que algunas de mis tomas están llenas de la Cuba que casi no llegué a ver.