Siempre he entendido el viaje como una forma de huir de la vida y de ti mismo. Y para que éste sea efectivo, cuanto más lejos y más tiempo, mejor. Para mí, dos horas de carretera o 200 km no son lo suficientemente lejos para sentir que viajo, pero esta vez ha ocurrido.
Burgos y Soria son dos provincias que conozco bastante bien. Están muy cerca de mi rutina y suelo ir por allí a menudo. Disfruto bastante, pero durante este primer fin de semana de mayo (sábado, domingo y lunes festivo) lo he hecho como nunca.
Vi en Instagram publicaciones del fotógrafo Rafael Trapiello. Fotografías de la provincia de Soria y de Burgos que no conocía y me decidí a seguir sus pasos. Me monté en mi clásico, un Saab 900 del año 1992 y, junto a mi acompañante de siempre, quise ir a algunos de esos lugares.
A mí conducir por carreteras secundarias de la vieja Castilla me encanta. Apenas te cruzas con otros coches y, aunque no se suele tener esa percepción, son tierras que combinan muy bien las grandes explanadas con los bosques. Carreteras estrechas de largas rectas y carreteras aún más estrechas que se retuercen como una serpiente en retirada, paralela a un río igual de retorcido y bajo la sombra intermitente de árboles con renovado follaje. Y, de vez en cuando, un pueblo.
Me encanta ese color de los pueblos de Castilla; un marrón claro, de piedra caliza a juego con las pistas de tierra sin asfaltar. Y ese olor a madera muerta y ardiente, que avisa al viajero de que allí aún hay vida. Y ese puente romano aún en uso, que informa de que la España vacía, o vaciada, es un lugar lleno de historia.
En esta ocasión, fui a Sansamón, a pocos kilómetros de Burgos capital, donde, entre un cruceiro castellano y un puente romano, permanece en pie nada más que el arco de entrada de lo que un día fue una iglesia, San Miguel de Mazarreros.
En Soria, en Caracena, en un pueblo donde la carretera se acaba, me maravillé con la columnata asimétrica del pórtico de la iglesia de San Pedro; cuatro columnas retorcidas como esas carreteras que caminan de la mano de los ríos.
Es una iglesia con otros atractivos: figuras esperpénticas muy propias del románico, y que tenían como objetivo aleccionar y amedrentar a la población analfabeta de ayer y que hoy me asombran y provocan en mí la aparición de una sonrisa irreverente.
El resto del pueblo también es digno de admirar. Tiene una casa torre, reconvertida en cárcel por unos cuantos siglos hasta la desaparición de la dictadura franquista. Y una plaza, justo enfrente, con una columna de la vergüenza, donde encadenaban a delincuentes. Me hace pensar en el significado de ese adjetivo, en si avergonzaría a quienes supuestamente delinquían o a quienes castigaban.
Luego me acerqué hasta una ermita de arquitectura y motivos moriscos llamada ermita de San Baudelio, a las afueras de Casillas de Berlanga.
Sorprende lo austero de su exterior, casi parece una sencilla nave donde guardar el trigo, y el ornamentado interior. Arcos con formas sinuosas que te hacen recordar la Alhambra de Granada o la mezquita de Córdoba y frescos increíblemente bien conservados, como el de un dromedario. ¿Qué hace un dromedario en un pueblo perdido de Soria?, me pregunto.
Una lástima que parte de los frescos hayan sido arrancados de sus paredes para llevarlos a lugares impropios tan lejanos como EE.UU.
Otro lugar de Soria interesante por el que caminar es Vinuesa. Un pueblo construido en una ladera, que va ganando altura y alejándose a su vez del poderoso Duero que nace no muy lejos de allí.
El pueblo ya lo conocía de otras ocasiones, así que me acerqué hasta allí para tratar de ver el puente romano que Rafael Trapiello había fotografiado en 2022. No fue posible, porque en esta ocasión, las afortunadas lluvias llenaron de nuevo de agua el cauce y el Embalse de la Cuerda del Pozo, una de esas infraestructuras que, aún siendo necesarias para la vida, traen la muerte a pueblos enteros.
Seguro que ya habéis oído hablar más de una vez de esos lugares inundados por una presa y donde sólo, a veces, en momentos de sequía, emergen del fondo los campanarios de las iglesias. Pues en este en concreto, la sequía permitió ver incluso el puente romano de Vinuesa. Hoy, solo se ve la parte superior.
Y para cerrar mi viaje por Soria, visité la capital. Allí, en el mes de mayo, se celebra el festival de fotografía Onphoto Soria, un motivo más para conocer esta parte de Castilla y León y todas esas construcciones maravillosas.
Aunque ya bastante visitadas, las provincias de Burgos y Soria, siempre sorprenden.
Las fotos preciosas. Una pena que el agua inundara esa joya. Prometía.
Está llena de joyas diseminadas por todo el territorio. Haría falta un mes entero para visitar todas.
Y respecto al puente romano, sí, fue una pena, aunque que no se vea significa que por fin hay agua en el embalse. Eso es una gran noticia.
Como ya te puse en instagram, la España vaciada esta repleta de fotografías. A mi también me produce un placer especial esas carreteras que cortan llanuras infinitas, ese cielo plagado de nubes que nunca parecen dispuestas a regar la tierra…
Las fotografías me han gustado mucho, pero el coche, ay el coche, me parece una maravilla 🙂
Me encanta que te gusten mis fotos y me encanta que coincidamos en gustos también con el coche.
Muchas gracias, por tu comentario; se agradece en estos tiempos de ver sin hablar.