Error 2020

El año 2020 es un gran error. Desde el principio se han ido produciendo episodios que, uno a uno, han contribuido a la putrefacción de esta temporada de la que estúpidamente se esperaba fuera, por sus curvilíneas formas, un año redondo.

La pandemia, por supuesto, es el principal culpable. Por ella, y solo por ella, no por los chinos, ni por el gobierno español de socialistas y comunistas, me quedé sin viajar en la santa semana vacacional de abril. Por ella, anulé mi viaje en moto hasta Polonia. Por ella, tiré en pleno agosto para el Mediterráneo español. Y, por ella, volví a casa con un asco aun mayor que el que ya tenía por la humanidad y con más ganas que nunca de matar. Ahora, más que nunca, como dicen todas las marcas en su publicidad.

Placer

Escribe Javier Reverte (que no Arturo Pérez-Reverte; por favor, no le confundáis): Viajar solo te produce un sentimiento que mezcla la libertad suprema y la disolución del yo, una suerte de emoción que entra muy hondamente en tu espíritu y te transforma para siempre. Y continúa: Es igual a las adicciones: quieres recuperarlas desde el momento en que las has consumido, las añoras con frecuencia y su recuerdo te asalta a cualquier hora del día. Continúo con la cita porque es maravillosa y con ella me siento en total sintonía: Al volver del viaje, de regreso a tu hogar, dejas de ser «nadie» y vuelves a ser el de siempre, lo que significa, entre otras cosas, que las usuales obligaciones personales y los compromisos con los otros llueven sobre ti en cascada. En cierta forma, dejas de ser libre.

Como decía, siento este pensamiento como si fuera mío, pero en este 2020, lo que pasó realmente al volver a casa fue que volví a ser libre.

El viaje de verano 2020 ha sido, sin duda alguna, la peor experiencia viajera de toda mi vida. Lo escribo pensando que, seguramente, nunca será superada por siempre jamás. Y ha sido tan desastrosa por la extraordinaria cantidad de personas irrespetuosas, agresivas, chulescas, ignorantes y egoístas con las que he tenido la mala suerte de cruzarme.

Cuando salgo de viaje, pongo especial atención en no coincidir con grupos de turistas españoles. Y digo españoles, alejándolos de mí, no porque yo me considere vasco, sino porque, al igual que el madrileño Fernando Trueba tengo conflictos con la palabra nacional y, también es verdad en mi caso, nunca me he sentido español. Ni cinco minutos de mi vida. Y si alguna vez lo sentí, fue un error.

Decía que pongo especial atención en no coincidir con ellos porque no soporto su forma de ser. Ese interés en hablar alto, en hacerse notar, en entorpecer el orden, en menospreciar lo ajeno, en no invertir ni un segundo en comprender culturas diferentes, en demostrar que lo más importante del mundo es su yo… ¡Hay tanto que no soporto!

Mi periplo viajero me llevó por Peñíscola, Murcia, Almería, Córdoba, Jaén, Cuenca y Burgos, y, claro, esta vez, era absolutamente imposible alejarse de los españoles.

Antes de seguir, y de que tratéis de quemar mi blog y a mí con él, tengo que asegurar que también me he encontrado con gente maravillosa, pero, tenéis que reconocer, que las experiencias negativas pesan mucho más que las positivas.

Continúo.

Me ha resultado imposible y doloroso no haber podido admirar lugares preciosos como los que he recorrido. El Cabo de Gata, su costa y su desierto, la parte vieja de Peñíscola y sus calas próximas, Cartagena y algunos rincones del litoral murciano son lugares maravillosos, pero la experiencia que he vivido allí, el ambiente que percibía y los enfrentamientos con diferentes personas a los que me he visto expuesto no me han dejado disfrutarlos.

Iré mostrando mi viaje poco a poco en sucesivos post. Puede que haya sangre. No es una advertencia; es un hecho.

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