Encontró la felicidad tumbado en el sofá. Y la sensación fue tan fuerte, que por un instante lo confundió con un deseo. ¿Puedes ser feliz conscientemente? se preguntó.
Siempre había pensado que la felicidad no se sentía en el momento, sino en el recuerdo. Siempre había creído que eran momentos pasados, que el tiempo traía la confirmación de que aquello que vivió fue un momento feliz. Pero, eso de ser y estar al mismo tiempo y en tiempo presente, lo creía absolutamente imposible.
En realidad, pensaba, es el tiempo el que crea la felicidad. ¿Acaso no recuerdas aquel peligro, aquel incómodo viaje, aquel mal entendido, aquella vez que te perdiste en la niebla sin oír nada más que tu rápida respiración como un momento feliz?
Sonrió. Lo hizo para exteriorizar su felicidad y para decirse a sí mismo, sí, es cierto, ahora mismo eres feliz.
Y tuvo la tentación de compartir aquel momento con su mujer, pero pensó, o simplemente temió, que aquella sensación se desvanecería tan rápido y con tan poco encanto como se desvanece la luz del sol al bajar de golpe la persiana. Además, ¡menuda chorrada!: Escucha, me siento feliz. Eso no es algo que se pueda decir y no parecer idiota. O mejor dicho, eso no es algo que se pueda decir. Punto. Se vive, y, viviéndolo, lo compartes. No hay otro modo.
Al día siguiente, llegó la hora del tiempo. Un recuerdo del momento en que el deseo y la realidad se abrazaron. Pero el recuerdo no vino solo. Llegó con él una reflexión, un pensamiento, una incredulidad, una búsqueda de la razón… un error.
Los momentos felices se viven y se recuerdan, pero no se analizan, porque si lo haces, se desvanecen tan rápido y con tan poco encanto como se desvanece la luz del sol al bajar de golpe la persiana.
Fin
Este es el segundo relato corto que publico. Si quieres leer el primero, . Pero te advierto, provoca una profunda depresión.