En Córdoba pasé un fin de semana largo y, entre otras cosas, me traje una colección de fotos que demostraban de qué estaba hecha esa maravillosa ciudad: de pasado. Y, aunque pueda parecer una afirmación un tanto negativa, el pasado de Córdoba es absolutamente maravilloso.
La antigua capital de la Hispania Ulterior romana es el ejemplo vivo de que en un mismo lugar pueden coexistir personas de diferentes creencias, y que esa convivencia es beneficiosa para todo el mundo.
La famosa mezquita es el ejemplo más claro de ello. Un mismo templo para el desarrollo de dos creencias religiosas distintas, y enfrentadas además con mucha virulencia durante tantos siglos, es algo precioso, y lo pienso a pesar de que soy la persona más atea que conozco.
Pero en este post quisiera hablar, no tanto del pasado social sino, más bien del pasado arquitectónico. Porque, desde que fue fundada hace 23 siglos por los romanos, no ha parado de alimentarse de lo mejor de cada cultura. Y, hoy, ese legado se deja ver con orgullo en cada rincón de su casco antiguo.
Y digo orgullo porque así lo sienten las personas que allí viven, pero tengo que reconocer que algún pensamiento crítico me ha pasado por la cabeza al ver columnas, capiteles y otras piezas, ahora, fuera de lugar.
Y mientras escribo esto, pienso, ¿fuera de lugar? Sí, absolutamente, fuera de lugar, pero el tiempo también sabe perdonar, y lo que un día fue expolio, desmantelamiento y destrucción, hoy es creación y patrimonio.
Hoy, en Córdoba, el pasado está al descubierto.
