Viajar por Provenza con una cámara de fotos (1 de 3)

Fujifilm X100

La Provenza es tranquila y caótica, luminosa y oscura, encantadora y odiosa. Hoy, voy a hablar del caos, de la oscuridad y del odio. Dejaré para una segunda parte las buenas palabras, las que servirán para generar envidia y despertar el deseo de recorrer kilómetros y kilómetros franceses plagados de peajes abusivos. Pero ahora toca hablar de la suciedad, del alcoholismo, del olor, del mirar atrás.

Precisamente fue en Aviñón donde no quise mirar atrás cuando se me llamaba con insistencia: Monsieur, monsieur, une photographie! Es el sueño de todo aficionado a la fotografía; ir paseando por la calle y que la gente te pida posar para ti. Pero esto no podía ser, había truco. Al girarme me encuentro con un grupo bien numeroso de personas sintecho, pero conbricks de tinto. Uno de ellos, el portavoz, me pidió que les hiciera una fotografía. Bien, por qué no. Ya que habían logrado pararme debía aprovechar la circunstancia. Yo pensaba: Tú haz la foto, piensa en el blog, y luego si tienes que correr, corre. Seguro que tienes el hígado más sano que ellos y no tardarán en explotar. Pero uno de ellos al ver lo que yo tenía en la mano dijo que ni hablar. Mi gozo en un pozo. Me quedé sin foto para abrir este post. ¿Pero qué fue lo que les echó para atrás? ¿Mi Fujifilm X100? Seguro que pensaron que era una reliquia del pasado analógico. En fin.

Así que, debo abrir este post con otra fotografía. Una foto de unos personajes que sí se dejaron fotografiar. Quietos, sin respirar, enrejados… y siniestros.

Juguetes tétricos entre rejas en Aviñón

Por las calles de Aviñón puedes encontrarte con personajes de muy diferente categoría: los ya mencionados sintecho, muñecas que encierran un pasado sin testigos (bueno, tal vez el oso sepa algo), numerosos grupos de estudiantes juveniles, numerosos grupos de turistas japoneses y procesiones, sin capirotes, pero con siniestras canciones, pasos lentos, cruces pesadas y velas tan largas como lanzas que provocan tortuosas sombras en las caras de quienes las portan. Y yo que pensé que me libraba de los movimientos religiosos al cruzar la muga. Menudo susto con esto de la semana santa. Además, hay que añadir mucho alcoholismo callejero. Tal vez sea por la falta de bares donde poder beber sin ofender a los transeuntes.

Sí que hay cafeterías y restaurantes, ¿pero bares o pubs?, no fuimos capaces de encontrar ninguno. Acabamos bebiendo en Tapaslocas, un local que trataba de recrear el ambiente de picoteo español. El mojito era la bebida estrella y las tapas tenían precios de alta cocina. Un nuevo fiasco de las recomendaciones de la guía Lonely Planet.

Terrazas en Aviñón by Diego Jambrina (Elhombredemackintosh) on 500px.com

Por lo noche, Aviñón, como muchas otras ciudades de Provenza, no tiene lugares a los que ir. Las calles están desiertas y las dudas sobre lo que te puedes encontrar al doblar la esquina, abiertas. Tan sólo te queda vivir el día sentado en estas terrazas de cafeterías y restaurantes o cenar durante la noche al amparo de una comida que no quieres y una cuenta excesiva.  Pero tengo que ser justo: al peligro no lo vi en ningún momento.

El día, a pesar de lo dicho, es el mejor momento para disfrutar tanto de Aviñón como de Marsella. Porque ni siquiera la segunda ciudad más grande de Francia ofrece locales donde pasar buenos ratos a la noche. Nos volvemos a encontrar con tan sólo restaurantes donde cenar. De todas formas, aunque sí hubiera una buena oferta nocturna, Marsella no es un buen lugar. Sus calles están descuidadas, sucias y muchas de ellas huelen mal. Además, el tráfico es caótico y el asfalto te hace temer por tu coche, más cuando el que conduzco es un clásico al que hay que mimar en cada momento.

Yo tampoco me voy a quejar demasiado porque encuentro en esos escenarios buenos motivos que fotografiar.

Calle transitada de Marsella y destrozada y sucia

El puerto de Marsella pudiera ser un buen lugar que visitar, los puertos siempre tienen encanto, pero durante la época en la que estuve yo (abril 2012) estaba vallado prácticamente en su totalidad. Además, ¿qué es lo que hay que ver allí: yates lujosos atracados? Pues sí, eso es lo que hay: yates lujosos esperando a sus dueños, mientras los niños pasan el rato pescando y gente como yo aprovecha la situación para probar la profundidad de campo de la Fujifilm X100.

Aquí utilicé un f8 consiguiendo que los tres planos de la escena estuvieran perfectamente enfocados, algo esencial para transmitir la historia que os acabo de contar.

Pescando en el puerto de Marsella

Otro de los lugares a los que nos acercamos fue Cassis. Un pueblo pesquero… pero qué digo… un pueblo turístico con miles de personas ocupando un mismo espacio. Antaño Cassis, a 25Km de Marsella, fue un pueblo pesquero, sí, con mucho encanto, estoy seguro, y con unas callejuelas por donde pasear fabulosas. Hoy, sigue siendo bonito. De lejos tiene una pinta estupenda.

Puerto de Cassis by Diego Jambrina (Elhombredemackintosh) on 500px.com

Pero cuando te acercas, ves que en su puerto apenas quedan embarcaciones tradicionales con las que faenar y sí barcos de recreo. El puerto está tan lleno de restaurantes que resulta difícil andar por el estrecho espacio que queda para todos los paseantes, pero resulta difícil encontrar uno en el que comer pescado.

Puerto turístico en Cassis by Diego Jambrina (Elhombredemackintosh) on 500px.com

Al final, tuvimos que leer las cartas expuestas de unos 15 restaurantes hasta que dimos con Le Perroquet, donde comimos una riquísima marmite poisson, es decir, sopa de pescado, y una lubina con excelentes verduras.

Y aquí empieza lo bueno: la comida, el mar, las callejuelas desiertas, el suelo empedrado, la luz, las contraventanas, el legado romano, los barcos que vuelan… Todo ello vendrá en una segunda parte. Pero mientras llega, pongamos a caldo a la Provenza.

¿Quién empieza?

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