«Yo no tengo una filosofía. Tengo una cámara de fotos», decía Saul Leiter. Esta frase es algo así como un zas en toda la boca! a la fotografía contemporánea como concepto mal entendido y un alivio para personas que, como yo, disfrutan fotografiando sin mayor pretensión que la propia acción de fotografiar.
Pero aquel sentimiento de alivio que sentí en su momento, se ha convertido en un objeto de metal candente. Y un clavo ardiendo no es un buen objeto al que agarrarse.
En realidad, yo quería librarme de esa necesidad de contar historias, de ese pesado trabajo por expresar sentimientos. ¡Qué difícil es hablar de algo que no comprendes! ¡Y qué fácil es mantener la boca cerrada! Y sin embargo, ya no estoy a gusto del todo en la comodidad del disparo fotográfico. En realidad, necesito más, necesito un proyecto fotográfico. Porque, en realidad, y por mucho que me pese, yo sí tengo una filosofía.
Pero no temáis, no pretendo deprimiros con otra muestra más de dolor, angustia y oscuridad filosófica de la que se hizo eco hace unos días Cienojetes, en esta interesantísima reflexión y post sobre la fotografía contemporánea. Lo mío es otra historia, una historia sobre el tránsito, la fugacidad y lo efímero, sobre la huída hacia cualquier otro lugar que no sea el aquí y ahora. Bueno, bien mirado, sí que suena algo oscuro, aunque la representación no lo sea.
Va a ser difícil y doloroso, porque mis sentimientos son claros, pero mis descripciones torpes.
En un rápido vistazo al último libro de Ricky Dávila, leí una cita de Miyamoto Musashi que me confirmó la dificultad de mi proyecto, pero también me sirvió para entender que la dificultad en sacar adelante un trabajo personal es una realidad para cualquiera, no solo para mí.
«Es absolutamente imposible escribir esta ciencia con la precisión con la que la entiendo en mi corazón»
Ya no me siento solo.