Praga, una ciudad tomada por el turismo

La República Checa es un pequeño país completamente desconocido para muchos Europeos, con una famosísima y enorme capital invadida por todo el mundo. Ésta es la afirmación más tajante que puedo escribir, después de recorrer el país en moto y cargado con mis cámaras durante 17 días.

Empiezan mis crónicas de viaje.

Comienzo por Praga, por ser ésta una de las ciudades más visitadas, no del país sino del mundo, y uno de esos destinos que todos tenemos en la lista de deseos. No hace falta siquiera ir hasta allí, basta con buscar hoteles por internet para darse cuenta de su solicitud.

Dicen que tiene una de las plazas más bonitas del mundo, y su reloj astronómico causa admiración, pero quien lo dice se deja llevar más por el deseo o el desconocimiento que por la realidad en sí. No seré yo quien niegue su belleza, pero tampoco quien la alabe. Tal vez la gran cantidad de turistas y el hecho de que un niño me atropelló, no una, sino tres veces, el pie con su segway, hayan influido en mi opinión. Aún así, disfruté en ella tratando de emular al gran fotógrafo del comportamiento turístico, Martin Parr.

Otro de los puntos calientes de Praga es el Puente Carlos. Se empezó a construir en 1357 y ha aguantado carros y carretas, y hasta coches, gracias a las cáscaras de huevo que, según cuenta la leyenda, mezclaron con el mortero. Lo que parece increíble es que aguante a los millones de turistas que caminan de lado a lado por su empedrado piso con mostrada felicidad.

Sin embargo, a mí me hacía más feliz, verlo desde la distancia.

Nos juntamos más turistas aún en el Castillo de Praga. Traté de tomar distancia, pero hubo cierta aglomeración también en lo alto de la Torre Grande de la Catedral de San Vito. Pagué 300CZK (10,90€), subí los 99 metros y los 287 escalones y aún así no lo logré.

De todas formas, mereció la pena.

Además de la Catedral de San Vito, en el castillo de Praga (en checo, Pražský hrad) hay mucho más. Es una construcción gigantesca que alberga diferentes grandes edificios y un pequeño callejón donde a lo largo de los siglos hubo arqueros, alquimistas, obradores, bohemios, artistas, vagabundos y, por fin, tiendas de souvenir.

Pero a pesar de la invasión, de que en la mayoría de las cervecerías los camareros meten a los turistas todos juntos en una misma sala, de que en determinadas zonas debes mirar más abajo que arriba para evitar pisar y ser pisado, Praga tiene rincones con poca actividad. Rarezas de la ciudad por su soledad y por su propuesta artística alejada del convencionalismo.

Otro punto interesante, poco frecuentado y muy interesante es el Edificio Danzante. Con este nombre tan sugerente, ¡quién no estaría dispuesto a alejarse del Stare Mesto!

Es una de esas creaciones inquietas, salidas de las mentes de los inquietos Frank Gehry y el arquitecto checo Vlado Milunic. Ellos llaman a esta pareja de edificios Fred y Ginger, en honor a estos dos grandes bailarines de la época dorada de Hollywood y a sus elegantes movimientos. La verdad es que en esa parte de la ciudad todo parece moverse.

Y como estos edificios, la República Checa fue pareja de baile de su vecina Eslovaquia. Checoslovaquia era su nombre artístico. Una etapa en la historia reciente que tratan de olvidar a toda costa. Al parecer, el régimen después de la II Guerra Mundial fue cualquier cosa menos comunista y sufrieron la férrea dictadura de una exclusiva cúpula.

Existe el Museo Comunista en Praga, pero si quieres llegar hasta a él, tendrás que esforzarte mucho. No hay ni una sola indicación en las calles que te guíe, como sí lo hay para el resto de museos y lugares de interés turístico, y ni siquiera en la guía Lonely Planet tienen bien ubicada su sede. A mí me costó llegar, pero al final lo conseguí.

Y, como no podría ser de otra manera, os tengo que recomendar una cervecería. No se trata de la archiconocida U Fleku, donde nada más entrar te cuelgan el letrero de turista en el cuello y te hacen pasar a la primera sala con todos los demás. No, no se trata de ésta, sino de la U zlateho tygra, una pequeña taberna en el centro del mismísimo Stare Mesto con la cerveza más famosa del país.

Hay un ambiente auténtico, donde los extranjeros se mezclan con los autóctonos y donde no te sangran por cada cerveza. Eso sí, llevad coronas checas, porque no admiten tarjeta y si pagas en euros, te hacen una conversión que no se la traga nadie.

En el siguiente post podréis leer sobre la desconocida República Checa, esa a la que solo llegan los alemanes, japoneses (¡cómo no!), los propios checos y yo.

Permaneced atentos.

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