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En la mayoría de los países europeos las iglesias han perdido feligreses y han ganado turistas. Se han sustituido los rosarios por las cámaras de fotos y se cobra entrada como en cualquier otro museo. Incluso, en ciertos países, como Holanda, Francia o Escocia, algunos lugares de culto religioso se han reconvertido en bibliotecas, salas de exposiciones, mercados o cafeterías. Pero en Guatemala, la gente sigue yendo a las iglesias a rezar.

Allí, la devoción religiosa no se ha visto perturbada por el paso del tiempo, tan solo lo ha hecho por el paso de los españoles, que, además de enfermedades, muerte y destrucción, introdujeron el cristianismo. Pero, contrario a lo que cabría esperar, no acabó por imponerse. Los mayas la adaptaron a sus gustos y creencias y aún hoy, casi 500 años después, procesan un mix de religiones de lo más curioso.

Asistir en Chichicastenango a una de sus abarrotadas misas es una experiencia sociológica interesante, aunque confieso que llegué cuando ya había empezado y no me quedé hasta el final. Cuando el cura dejó de predicar en quiché, una de las lenguas mayas más habladas en Guatemala, y pasó al castellano, mi interés decayó. Y salí afuera, donde el espectáculo religioso continuaba, pero a otro nivel.


Ritual maya a la entrada de templo cristiano by Diego Jambrina on 500px.com

La religión es uno de los rasgos más sobresalientes de los mayas. Y aunque no les veas rezando, aunque no les pilles con las manos en el incienso, sabes que han estado allí lanzando sus plegarias.

El color negro de la piedra, pequeños huesos, plumas chamuscadas, pétalos esparcidos y cera de nuevo solidificada son pistas inequívocas. Todo esto me lo encontré en el cerro de Pascual Abaj, el lugar más sagrado de los mayas chuchkajues.

Y lo es porque allí se encuentra, junto a cruces cristianas, la piedra de Pascual Abaj, una piedra con forma fálica de 500 años de antigüedad. Pascual Abaj, ya el propio nombre refleja la mezcla de culturas.

También les gusta mezclar otras cosas. Por ejemplo: un puñado de tumbas, una pizca de niños jugando, otra pizca de niños trabajando, botellas de tres litros de cocacola, un heladero, algún chamán, mucho fuego y mucho, mucho humo. Una combinación absolutamente normal en el cementerio de Chichicastenando. Otra vez Chichicastenango. Este lugar es un filón para las sorpresas y los fotógrafos.

Te puedes encontrar, como me pasó a mí, con el pasado, el presente y el futuro en un mismo encuadre.

Al fondo, los protagonistas son los muertos, los que ya no están presentes, pero siguen influyendo en los vivos. En segundo plano, el trabajador de hoy, el que recorre las calles y los cementerios haciendo sonar su campanilla para atraer a los clientes. Y en primer término, una representación del futuro del país, que como se puede ver, le espera seguir tirando del carro.

Además de la religión, los mayas conservan su vestimenta tradicional. Es fácil encontrarse con mujeres vestidas con sus reconocibles faldas y blusas de colores. De hecho, lo difícil es verlas vestidas de otra forma. Tan sólo en la región más grande de Guatemala, Petén, se ha perdido la tradición en la vestimenta e incluso en la lengua.

En el vasto territorio de Petén, los mayas no gozaban de la fuerza del grupo y su aislamiento les supuso el desprecio, y algo más, de los mestizos, que poco a poco, impusieron el castellano y los vaqueros.

Pero en otras zonas de Guatemala, como en los pueblos del lago Atitlán, los mayas son los fuertes, en número y en determinación. En pueblos como Santiago Atitlán, incluso los hombres continúan vistiendo como siempre. Bueno, a decir verdad como siempre, no. Las camisas mayas son demasiado caras. Se tardan unos dos meses en fabricarlas a mano y llegan a costar los 350€ al cambio, y ese es un lujo del que deben prescindir.


¡Los mayas viven! by Diego Jambrina on 500px.com

Fue en el lago Atitlán donde vi al dios maya Maximón, también conocido con el nombre de Rilaj Maam.

El nombre Maximón con toda probabilidad deriva de los términos «Maam» y «San Simón», el santo del que hablaban los católicos. Un nuevo ejemplo de la curiosa mezcla de culturas.

Maximón es una efigie de madera de un metro y 20 cm., aproximadamente, a la que visten con pañuelos y sombrero y le hacen ofrendas en forma de puros y licor. No se encuentra en ningún lugar santo, no hay iglesia que lo cobije. Cada año cambia de casa.

Para el dueño de esa casa es un honor y una inversión económica, puesto que ha de pagar y habilitar su casa para las visitas diarias. Pero también cobra entrada; a los locales y sus chamanes por pedir consejo para superar todo tipo de problemas, y a los turistas por entrar y sacar fotografías.

En esta foto y de izquierda a derecha: entre los dueños de la casa está Maximón fumando un puro, persona afectada por algún mal, su hija y el chamán, quien se encarga de hacer de intermediario entre el afectado y Maximón.

 

Ceremonia maya. Hablando con Maximón by Diego Jambrina on 500px.com

Pero no sólo de religión vive el maya. También alimenta el estómago, y lo hace, entre otras cosas, a base de verduras y hortalizas, aunque la producción de esta región cercana a la ciudad Quetzaltenango, más conocida por su nombre abreviado maya: Xela, se exporta a los países limítrofes: EE.UU., Nicaragua, Costa Rica…

En Almolonga, que así se llama este pueblo, se reúnen en un mercado al aire libre centenares de agricultores mayas vendiendo sus productos. Para el local, es un centro de comercio. Para el viajero, es una explosión de color y cultura maya.


Mercado de frutas y verduras de Almolonga by Diego Jambrina on 500px.com

Aunque para explosión de color, la iglesia de San Andrés Xecul, un templo dedicado a la extravagancia. En su fachada amarilla hay santos, ángeles, flores, tigres, monos y enredaderas de colores chillones.


La iglesia más cachonda by Diego Jambrina on 500px.com

Antigua es un gran centro urbano, el segundo más importante de Guatemala, por detrás de la capital, aunque sólo en tamaño y número de habitantes, porque es sin duda la ciudad preferida de nacionales y extranjeros.

Fue la capital del país hasta que hartos de reconstruirla una y otra vez, la abandonaron tras el último gran terremoto y se trasladó a una hora de camino en coche. El turista nada más aterrizar sale de Ciudad de Guatemala, alejándose de la mala fama de la ciudad. Se podría pensar que es un miedo exagerado del extranjero, pero también los guatemaltecos huyen de la ciudad en cuanto llega el fin de semana.

Todos vamos a Antigua, abreviatura de La muy noble y muy leal ciudad de Santiago de los caballeros de Goathemala, que es su verdadero nombre, a disfrutar de las calles, casas e iglesias coloniales y de la tranquilidad de una ciudad muy segura.

En Antigua también se comparte vida con los mayas. Aunque el reparto de la vida no es del todo equitativo. Los mayas se sitúan en el estrato social más bajo. A mi llegada al país , me alegré de la cantidad de gente que mantenía viva la cultura maya, les veía vestidos con sus trajes típicos, les oía hablar en su lengua, rezan a sus dioses, pero a medida que pasaban los días me daba cuenta de que Guatemala no es su país. Viven en él, pero no pertenecen a él.

Los mayas viven, sí, pero la mayoría de ellos malviven con trabajos precarios, con sueldos precarios en viviendas precarias.


La frutera callejera by Diego Jambrina on 500px.com

Pero no quiero terminar este post escribiendo sobre lo negativo de la realidad maya. Me quedo con la agradable sorpresa de encontrarme con, a pesar de todas las persecuciones, matanzas y opresiones sufridas durante 5 siglos, una cultura viva.

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