Es normal en mí que pasen los días, las semanas e incluso los meses antes de que escriba ningún post sobre mi más reciente viaje. El tiempo que me lleva revelar las fotografías y la confusión emocional que los viajes me provocan, sobre todo a mi vuelta, hacen que no tenga ni material ni certezas. El recorrido que hice por Flandes durante las pasadas santas vacaciones no es ninguna excepción.
Pero aquí estoy, tratando de describir unas vivencias viajeras marcadas por una película, una situación personal tortuosa y la compañía de miles y miles y miles de turistas borrachos de fáciles experiencias.
«Si fuera de campo y fuera retrasado, Brujas me impresionaría, pero como no, me deja igual».
Así de tajante se muestra Ray, el personaje interpretado por Collin Farrell en la magnífica película «Escondidos en Brujas». A su compañero (interpretado por el gran Brendan Gleeson), sin embargo, Brujas le cautivó. Y es fácil que esto ocurra, si vas con calma y con un hotel cogido.
Desde las 10 de la mañana hasta las 7 de la tarde, más o menos, Brujas suena al trotar de los caballos y a la voz amplificada de capitanes de botes. Miles de turistas, la gran mayoría españoles, llegan en autobuses desde Bruselas, desembarcan en masa para embarcarse en pequeños cruceros y conocer la ciudad desde el cómodo y húmedo romanticismo artificioso de los canales. Otros eligen carruajes de tracción animal para tratar de mimetizarse con un decorado de cuento de hadas.
Y al caer la tarde, se van desvaneciendo, poco a poco, como un mal sueño, dejando escuchar el silencio de una ciudad tranquila y completamente distinta.
Brujas es noche.
Y no precisamente por su nombre, porque nada tiene que ver con estas mujeres amantes del fuego y el diablo. Su nombre es una derivación de Brugge (en flamenco), el plural de «puentes». Puentes por los que, en ocasiones, es difícil pasar por la acumulación de turistas.
Así que de día, y tras un par de horas tratando de escapar de las aglomeraciones, me escondo en los mejores lugares de la ciudad: sus bares.
Los hay de muchos tipos, como en casi todos los países del mundo, pero yo soy muy selectivo, tanto como con las cervezas, y solo acudo a los que ofrecen una buena carta de cervezas artesanas y locales, un ambiente acogedor y una historia que contar. El Café Vlissinghe es uno de ellos. Se dice que aquí Rubens dibujó una moneda en una de sus mesas para pagar la cuenta. No es de extrañar, los artistas siempre han andado escasos de liquidez y sobrados de imaginación. Además, este bar lleva abierto desde 1515.
Después de un par de bares y un par de cervezas por bar, Brujas se ve distinta.
La alta graduación de la cerveza local ayuda a que así sea, pero también la luz que baja, la gente que empieza a marcharse y las barracas que se meten en mi encuadre.
Y llegó la noche, mi momento favorito en Brujas.
Es curioso que la ciudad ilumine sus edificios. Me pregunto para quién lo hace. Ya casi nadie queda por la calle. Pero es bonito que se cuide a sí misma. Parece que se ha preparado para disfrutar de la nada más tranquilizadora, como yo lo hago.
En una guerra entre blancos y negros, ¿dónde combaten los vietnamitas? ¿y los enanos?
Muy bonito Brujas de noche.
Está claro que has visto la peli. Así que, no responderé aquí para no chafarle la experiencia a quien no la haya visto 😉
Gracias por tu visita y tu comentario, Izas.