Asia, África, Centroamérica y Sudamérica… lugares lejanos en el espacio que nos hacen sentir viajar en el tiempo. Esa es la razón por la que viajamos hasta allí. Pero a dos horas y media de vuelo, tenemos ciudades que parecen transportarnos a otro mundo. Un mundo donde lo privado y lo público se separa por una ventana sin cortinas. Un mundo donde hay gente que vive en casas flotantes, donde el coche no sirve y la bicicleta se transforma de objeto de recreo en principal medio de transporte.
Estoy hablando de Ámsterdam.
Tres días en una ciudad sin monumentos destacables parecen demasiados días.
No hay torres Eiffel, ni puertas de Brandenburgo, ni museos Guggenheim, pero Ámsterdam no necesita nada de eso.
A la capital de los Países Bajos, le basta y le sobra con sus canales, edificios centenarios e inclinados. Le basta con sus tiendas de souvenir con sabor a queso, con sus bicicletas, cerveceras y bares con amplia carta local. Le basta con sus pequeños puentes de piedra y con los puentes levadizos, que tanto recuerdan a Van Gogh. Le basta con el frío que tersa la piel y con recorridos a pie, guiados por el desconcierto de miles de calles que se cruzan en el camino.
En Ámsterdam, basta con estar ahí.
Bueno,bueno esta si es la ciudad que recuerdo.Inclinada y singular ,siempre con encanto en cualquiera de sus rincones.Por cierto no viste ningún mercadillo en los bajos de las casas , vamos como cualquiera de nuestros camarotes pero todo a la venta. Y como construyen alucinante , dos muros de contención para el agua y pilares en medio, definitivamente esta ciudad sabe lo que es convivir con el mar.
🙂 sabía que estas fotos te iban a gustar más. Son más descriptivas y menos personales.
No vi esos mercadillos que comentas, Marta. Una pena. Sólo estuve tres días, pero entre llegar a medio día, casi de noche en esos lares, y toda una mañana en el Museo Van Gogh, al final tuve un solo día completo. Muy, pero que muy poco tiempo.
Volveré.
muy bueno
Muchas gracias, lino.