A bajo cero en Laponia

Al fin del mundo se llega en tan sólo cuatro horas y cinco minutos de avión. Un vuelo cómodo y corto que sirve para hacer repaso mental de la maleta. Nunca antes había tenido tanto interés en hacer bien mi equipaje y que éste llegara completo al mismo destino que yo. Demasiado frío y demasiado caro como para haberme olvidado los guantes.

Así es Finlandia para los extranjeros. Se nos presenta como el fin de la tierra, como cabría esperar por su nombre, aunque en realidad significa «tierra de fineses».

Una vez en tierra y con la maleta en la mano, empieza la aventura.

Larga es la sombra del invierno en Helsinki

Bueno, en realidad, poco hay de aventura en un viaje tan organizado y tan comprimido como el que yo hice.

Todo es fácil, incluso sobrevivir a las bajas temperaturas de Finlandia. Aunque a decir verdad, tampoco hacía tanto frío. En Helsinki no pasó de los 5ºC bajo cero y la primavera ya se dejaba notar en los hielos quebradizos en las orillas de los ríos. Para la gente local, hace un poco de fresco. Para la gente del sur, la sombra del invierno se nos muestra eterna por estos lares.

La capital de Finlandia era un misterio para mí antes de llegar. Y tras mi cortísima estancia, lo sigue siendo. Así que no me queda más remedio que volver para tratar de conocerla. Por lo que dicen, en verano se está muy a gusto e incluso la gente se baña en el mar. Habrá que creerles.

Verde

El verdadero reclamo de Finlandia en esta época del año es Laponia, y, más concretamente, su capital, Rovaniemi. Aquí sí que hace frío. El termómetro baja hasta los 15ºC bajo cero y cuesta quitarse los guantes para sacar una foto. ¡Quién fuera perro!

Negro sobre blanco

Sí, perro, mucho mejor que reno, porque estos cornudos a pesar de que se llevan todas las simpatías de los niños y reciben nombres tan cariñosos como Rudolf, en Laponia no sólo se utilizan a los renos para tirar de los trineos, y repartir regalos por todo el mundo, sino que se los comen. Es, junto con el salmón, el plato típico.

Y para tópicos, la villa de Santa Claus. Un espacio tan artificial como Las Vegas, donde a falta de un señor disfrazado de Papa Noel, hay dos. A ver cómo le explicas a tu hijo que después de volar hasta el círculo polar ártico, hay dos Santa Claus en el mismo sitio.

Finally, we meet, reza la publicidad. Sí, pero ¿a cuál de los dos conocisteis finalmente?

Largo camino para conocer al hombre de las nieves

A mí, lo que realmente me parece mágico son las carreteras efímeras de Laponia. Carreteras de hielo, con sus señales de tráfico incluidas, por las que circular a gran velocidad con las motos de nieve. Y aunque no hay radares, y a la policía no la llegué a ver, sí hay cordura, lógica y respeto. Si te cruzas con tráfico, o a lo lejos se ve a un buen hombre acercándose lentamente sobre sus esquís, reduces la velocidad.

Además, a mí me entraban unas ganas locas de saludar a la gente. Levantaba la mano como si le conociera de toda la vida. Lo mejor, que la otra persona respondía de la misma forma.

Es gente maja.

Carreteras efímeras

Los días en Laponia transcurren a golpe de actividad. Un día vas de paseo sobre los ríos helados y al siguiente te montas en un bus y llegas sin ninguna dificultad hasta Kemi, ciudad portuaria.

Allí hay un rompehielos llamado Sampo único en el mundo. No hay otro rompehielos con actividad turística como este. Lo más parecido será el que te acerca hasta la Antártida, en lo que debe de ser uno de los cruceros más maravillosos que se pueda hacer. Ya os contaré, porque viajar al Polo Sur es algo que pienso hacer antes de morir. Y, después de la maravillosa experiencia en Laponia, lo tengo aún más claro.

Navegar por el golfo de Botnia es algo sorprendente. Miras por la borda y no ves agua, sólo hielo. El mar Báltico se hiela con facilidad al ser una zona poco profunda y con baja salinidad.

No se nota el contacto con las capas de hielo, ni cuando éstas se resquebrajan y se rompen, dejando ver sus casi dos metros de espesor. El Sampo se desliza por encima sin resistencia, aplastando con su enorme peso todo lo que pilla a su paso.

Horizonte helado

Pero lo más alucinante no es navegar, sino cuando se para el barco. Es el momento en que echan la pasarela abajo y te permiten bajar a pisar el mar helado. Es, sencillamente, alucinante.

Allí, me acordé de uno de mis héroes y del libro «Atrapados en el hielo» de Caroline Alexander. En él se narran las aventuras vividas durante casi dos largos años por la expedición de Ernest Shackleton. Partieron con la intención de cruzar a pie el continente blanco de lado a lado, pero el barco en el que viajaban, el Endurance, quedó atrapado en el hielo antes incluso de que llegaran al destino establecido como punto de partida. Vamos, que ni partieron siquiera hacia su objetivo.

Así que, tuvieron que cambiar de reto por otro más importante aún: el de regresar sanos y salvos a casa.

Y lo consiguieron.

Atrapados en el hielo

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